~Man Push Cart~
Últimamente me ha dado por ver películas de varios géneros, pero con un denominador común: en todas ellas, uno más de los personajes es la ciudad de Nueva York. Me sorprende cómo los distintos directores consiguen sacarle jugo a esta actriz tan versátil, resaltando sus diferentes facetas: a veces es dura; otras, es un simple espectador, que sabe algo y no nos lo cuenta; en ocasiones es romántica y otras veces es violenta. Tiene su lado de glamour y su lado de extrema pobreza. Es alegre y le gusta la jarana, pero también es solitaria y triste.
La primera que vi, es el clásico de 1979, The Warriors, una película en la que puede verse la Nueva York de los 70, a un ritmo trepidante. Una ciudad de todo, menos segura, en la que una noche, todas las bandas callejeras envían a nueve de sus miembros, desarmados, a un parque del Bronx. Acuden a la llamada del líder de la banda más poderosa, para hablar sobre la posibilidad de terminar las rencillas entre ellos y unirse para tomarse la justicia por su mano y, de paso, la ciudad. El carismático líder muere asesinado en esta reunión y se acusa (injustamente) a los Warriors, una banda de Coney Island, de este asesinato. Los Warriors tendrán que intentar llegar a Coney Island, su territorio, desde el Bronx, sin morir en el intento. Nueva York se transforma en un campo de batalla, en el que cada esquina puede ser mortal. Acechante, no sabemos si encontraremos enemigos o una mano amiga que nos ayude a llegar sanos y salvos hasta el mar.
No podían faltar las películas de Woody Allen, en las que no falta el sentido del humor y en las que se ve esa relación amor-odio con la ciudad y todas las neurosis que tenemos los que llevamos ya algún tiempo aquí. Y cómo no, la saga de El padrino o GoodFellas. Tampoco me he perdido el Nueva York subterráneo de The Taking of the Pelham One Two Three.
La última que he visto que me ha llamado mucho la atención es la película independiente Man Push Cart, del director Rahmin Bahrani. La película nos muestra el día a día de un pakistaní, Ahmad, que se dedica a vender café en uno de los múltiples carritos que forman parte del ritmo vital de la Gran Manzana. Poco sabemos de su pasado: sólo que es viudo y que tiene un hijo de corta edad al que cuidan sus suegros y al que no le dejan ver con frecuencia. A lo largo de la hora y media que apenas dura la película, vemos como parece que la suerte de Ahmad cambia para bien. Conoce a un compatriota, Mohammed, que le reconoce como un cantante de rock conocido en Pakistán, y que dice que puede ayudarle a volver a la fama que tenía. También conoce a una chica de Barcelona y consigue poner una fianza de $5,000.00 para comprar el carrito con el que se gana la vida. No cuento más.
Para mí es un poco una mezcla del mito de Sísifo y el American Dream. Habla de la terrible soledad que se puede llegar a sentir en esta ciudad, pero lo que me ha hecho escribir sobre esta película es como nos muestra otra cara de la ciudad de Nueva York. Esa cara menos glamourosa, que se levanta temprano todos los días, cansada y ojerosa, para ir a trabajar, y encima con una sonrisa. Me ha dado mucho qué pensar. He pensado en la nepalí y en la polaca que me ponen el café cada día, a las que no tengo ni que decirles como me gusta y que, por una de esas casualidades cósmicas, las tres somos las mayores de cuatro hermanos... tres niñas y un niño, y el niño el más chico. He pensado en el afro-americano que me saluda todas las mañanas cuando paso la tarjeta de seguridad para entrar en el edificio en el que trabajo. He pensado en el mexicano que me sirve el plato de pasta de vez en cuando, que me cuenta las travesuras de su hijo de dos años y del pequeño que tiene de camino. He pensado en la dominicana que viene por la noche a limpiar en el edificio en el que trabajo y que me cuenta cosas sobre su nieto. He pensado en el ruso que nos ayuda a gestionar el edificio en el que vivo. Y esto es algo que creo que la película ha logrado retratar: esa cara invisible que mueve la ciudad de Nueva York día a día. Y lo ha conseguido a base de pequeños detalles: las tazas de café, los paraguas de la gente, las revistas de un kiosko, la lluvia sobre las alcantarillas, el viaje en metro. He visto la ciudad por la que me muevo con otros ojos. Las calles por las que paso con frecuencia, las he visto retratadas con un poco de nostalgia. Y es que hay veces en las que se agradece que te hagan pensar.
Ahí va el enlace al trailer de la película. ¡Qué lo disfrutéis!
Últimamente me ha dado por ver películas de varios géneros, pero con un denominador común: en todas ellas, uno más de los personajes es la ciudad de Nueva York. Me sorprende cómo los distintos directores consiguen sacarle jugo a esta actriz tan versátil, resaltando sus diferentes facetas: a veces es dura; otras, es un simple espectador, que sabe algo y no nos lo cuenta; en ocasiones es romántica y otras veces es violenta. Tiene su lado de glamour y su lado de extrema pobreza. Es alegre y le gusta la jarana, pero también es solitaria y triste.
La primera que vi, es el clásico de 1979, The Warriors, una película en la que puede verse la Nueva York de los 70, a un ritmo trepidante. Una ciudad de todo, menos segura, en la que una noche, todas las bandas callejeras envían a nueve de sus miembros, desarmados, a un parque del Bronx. Acuden a la llamada del líder de la banda más poderosa, para hablar sobre la posibilidad de terminar las rencillas entre ellos y unirse para tomarse la justicia por su mano y, de paso, la ciudad. El carismático líder muere asesinado en esta reunión y se acusa (injustamente) a los Warriors, una banda de Coney Island, de este asesinato. Los Warriors tendrán que intentar llegar a Coney Island, su territorio, desde el Bronx, sin morir en el intento. Nueva York se transforma en un campo de batalla, en el que cada esquina puede ser mortal. Acechante, no sabemos si encontraremos enemigos o una mano amiga que nos ayude a llegar sanos y salvos hasta el mar.
No podían faltar las películas de Woody Allen, en las que no falta el sentido del humor y en las que se ve esa relación amor-odio con la ciudad y todas las neurosis que tenemos los que llevamos ya algún tiempo aquí. Y cómo no, la saga de El padrino o GoodFellas. Tampoco me he perdido el Nueva York subterráneo de The Taking of the Pelham One Two Three.
La última que he visto que me ha llamado mucho la atención es la película independiente Man Push Cart, del director Rahmin Bahrani. La película nos muestra el día a día de un pakistaní, Ahmad, que se dedica a vender café en uno de los múltiples carritos que forman parte del ritmo vital de la Gran Manzana. Poco sabemos de su pasado: sólo que es viudo y que tiene un hijo de corta edad al que cuidan sus suegros y al que no le dejan ver con frecuencia. A lo largo de la hora y media que apenas dura la película, vemos como parece que la suerte de Ahmad cambia para bien. Conoce a un compatriota, Mohammed, que le reconoce como un cantante de rock conocido en Pakistán, y que dice que puede ayudarle a volver a la fama que tenía. También conoce a una chica de Barcelona y consigue poner una fianza de $5,000.00 para comprar el carrito con el que se gana la vida. No cuento más.
Para mí es un poco una mezcla del mito de Sísifo y el American Dream. Habla de la terrible soledad que se puede llegar a sentir en esta ciudad, pero lo que me ha hecho escribir sobre esta película es como nos muestra otra cara de la ciudad de Nueva York. Esa cara menos glamourosa, que se levanta temprano todos los días, cansada y ojerosa, para ir a trabajar, y encima con una sonrisa. Me ha dado mucho qué pensar. He pensado en la nepalí y en la polaca que me ponen el café cada día, a las que no tengo ni que decirles como me gusta y que, por una de esas casualidades cósmicas, las tres somos las mayores de cuatro hermanos... tres niñas y un niño, y el niño el más chico. He pensado en el afro-americano que me saluda todas las mañanas cuando paso la tarjeta de seguridad para entrar en el edificio en el que trabajo. He pensado en el mexicano que me sirve el plato de pasta de vez en cuando, que me cuenta las travesuras de su hijo de dos años y del pequeño que tiene de camino. He pensado en la dominicana que viene por la noche a limpiar en el edificio en el que trabajo y que me cuenta cosas sobre su nieto. He pensado en el ruso que nos ayuda a gestionar el edificio en el que vivo. Y esto es algo que creo que la película ha logrado retratar: esa cara invisible que mueve la ciudad de Nueva York día a día. Y lo ha conseguido a base de pequeños detalles: las tazas de café, los paraguas de la gente, las revistas de un kiosko, la lluvia sobre las alcantarillas, el viaje en metro. He visto la ciudad por la que me muevo con otros ojos. Las calles por las que paso con frecuencia, las he visto retratadas con un poco de nostalgia. Y es que hay veces en las que se agradece que te hagan pensar.
Ahí va el enlace al trailer de la película. ¡Qué lo disfrutéis!
1 Comments:
At 10:57 p. m., Sophie Grace said…
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