~Hora punta~
Si hay algún lugar en el que uno puede vivir Nueva York en su estado puro, creo que sería el metro. El sistema de metro de Nueva York te lleva a casi todas partes en Manhattan (no tan buen alcance en la zona este), Brooklyn, Queens y Bronx y encima las 24 horas del día.
Lo primero que notas es que cada uno va totalmente a su bola, generalmente con el iPod enchufado y/o leyendo un libro o una revista o simplemente con la mirada perdida en el vacío mientras el iPod le pone banda sonora a su viaje en metro. Cuidado, que el iPod te puede jugar algunas pasadas interesantes, como por ejemplo el otro día, que mientras iba en el G, por Myrtle-
Willoughby Avenues/Marcy Avenue, al suffle de mi iPod le dio por "¿Dónde estará mi carro?" de Manolo Escobar (¡y yo sin saber que tenía al Escobar en el iPod!), mientras lo que realmente le pegaba de fondo era Jay Z.
Aparte de lo surrealista de la imagen, imaginaos: metro en hora punta lleno de "brooklyneros" que van a currar, vestidos de chaqueta, pero con el toque alternativo que tiene Brooklyn, y muchachos con camiestas XXXL, vaqueros que también les van grandes y gorras del revés y como música de fondo (en mi mundo, claro) a Manolo Escobar..., lo interesante que tiene el metro, como todas las superficies urbanas compartidas por mucha gente, es que puedes hacer un estudio antropológico del lugar en el que estás: por ejemplo, en el F, que es que más tomo y que va desde Jamaica, Queens, hasta Coney Island, Brooklyn, puedes ver desde hasidim, judíos ortodoxos, generalmente de Europa del Este, de Kings Highway; gente joven que va a la última con ropa de los años 80 y gafas de pasta del Lower East Side; ejecutivos que van leyendo el Wall Street Journal y que dejaron el bullicio de Manhattan por Park Slope para criar a sus niños y chinos que viven East Broadway, una comunidad más auténticamente china que el turístico Chinatown de Canal Street con sus Rolex y sus Louis Vuitton de pega; o el A, que va desde Inwood, el barrio que está más al norte en la zona oeste de Manhattan; pasando por Washington Heights, donde hay una gran población dominicana junto con, curiosamente, judíos; el Upper West Side; Chelsea; para entrar en Brooklyn, cruzando East New York, uno de los barrios más pobres de la ciudad; pasando por el aeropuerto JFK (siempre hay alguien con maletas en el A) para terminar su ruta en el Atlántico, en Far Rockaway, Queens. Otra de las líneas más interesantes, en las que puedes ver casi todas las nacionalidades del mundo es la línea 7, que va desde la terminal de Port Authority,en la 42 hasta Flushing, Queens, donde reside una importante comunidad china.
Aparte de la diversidad que uno puede observar en el metro, con tanta gente y pasando tantas horas yendo de un lado a otro en este medio de transporte, hay muchos New York moments que tienen lugar bajo tierra, tanto buenos como malos, o simplemente curiosos y que la mayoría son realmente entretenidos... no sé, algunos que recuerde son: el día en que dos muchachitos negros con pinta de raperos, camisetas blancas largas, gorras y vaqueros caídos, se sacaron cada uno un violín de debajo de la camiseta y nos dieron un concierto estupendo de música clásica. Fue tan increíble que la gente les iba dando billetes de dólar. O el bebé de unos 2 años, al que ya entrenan desde chico a ir en metro, sentado en su carrito en hora punta y con un iPod enchufando viendo dibujos animados; los evangelistas anunciando a grito pelado la salvación del mundo (generalmente no tienen buena aceptación por las mañanas y la gente les dicen cosas que me hacen reirme por lo bajini); el grupito de niños que con un boom-box, nuestro radiocasette de toda la vida, tocan hip hop y pegan saltos y hacen malabarismos mientras el metro recorre la ciudad a toda velocidad; o el que te anuncia las paradas de metro, que los hay agradables y te dan los buenos días a través de megafonía, o los que están más mosqueados y les dicen a la gente que se quiten de las puertas porque al fin y al cabo, si el metro no sale, serán ellos los que lleguen tarde a currar. Junto a estos momentos divertidos, otros que lo son menos, como el día en el que a un ejecutivo le dio un ataque de epilepsia en el tren y nadie supo cómo reaccionar hasta que el buen hombre se bajó en la 34 y allí le ayudaron o las broncas entre el personal porque el metro va muy lleno y me has pisado un callo.
Para mí el metro de Nueva York es mucho más que un medio de transporte. Como con la ciudad, tengo una relación amor-odio con el metro: me mosquea esperar en el andén y ver que los metros vienen hasta los topes y tengo que esperar al siguiente o cuando suben los precio (ya está a $2.00 el billete, y a $81.00 el abono mensual), pero a la vez agardezco poder ir de un lado a otro las 24 horas del día con bastante seguridad y poder tener entretenimiento muy difícil de encontrar en ninguna otra parte.
Por cierto, la foto es del 5 en hora punta. ¡Hasta los topes!
Si hay algún lugar en el que uno puede vivir Nueva York en su estado puro, creo que sería el metro. El sistema de metro de Nueva York te lleva a casi todas partes en Manhattan (no tan buen alcance en la zona este), Brooklyn, Queens y Bronx y encima las 24 horas del día.
Lo primero que notas es que cada uno va totalmente a su bola, generalmente con el iPod enchufado y/o leyendo un libro o una revista o simplemente con la mirada perdida en el vacío mientras el iPod le pone banda sonora a su viaje en metro. Cuidado, que el iPod te puede jugar algunas pasadas interesantes, como por ejemplo el otro día, que mientras iba en el G, por Myrtle-
Willoughby Avenues/Marcy Avenue, al suffle de mi iPod le dio por "¿Dónde estará mi carro?" de Manolo Escobar (¡y yo sin saber que tenía al Escobar en el iPod!), mientras lo que realmente le pegaba de fondo era Jay Z.
Aparte de lo surrealista de la imagen, imaginaos: metro en hora punta lleno de "brooklyneros" que van a currar, vestidos de chaqueta, pero con el toque alternativo que tiene Brooklyn, y muchachos con camiestas XXXL, vaqueros que también les van grandes y gorras del revés y como música de fondo (en mi mundo, claro) a Manolo Escobar..., lo interesante que tiene el metro, como todas las superficies urbanas compartidas por mucha gente, es que puedes hacer un estudio antropológico del lugar en el que estás: por ejemplo, en el F, que es que más tomo y que va desde Jamaica, Queens, hasta Coney Island, Brooklyn, puedes ver desde hasidim, judíos ortodoxos, generalmente de Europa del Este, de Kings Highway; gente joven que va a la última con ropa de los años 80 y gafas de pasta del Lower East Side; ejecutivos que van leyendo el Wall Street Journal y que dejaron el bullicio de Manhattan por Park Slope para criar a sus niños y chinos que viven East Broadway, una comunidad más auténticamente china que el turístico Chinatown de Canal Street con sus Rolex y sus Louis Vuitton de pega; o el A, que va desde Inwood, el barrio que está más al norte en la zona oeste de Manhattan; pasando por Washington Heights, donde hay una gran población dominicana junto con, curiosamente, judíos; el Upper West Side; Chelsea; para entrar en Brooklyn, cruzando East New York, uno de los barrios más pobres de la ciudad; pasando por el aeropuerto JFK (siempre hay alguien con maletas en el A) para terminar su ruta en el Atlántico, en Far Rockaway, Queens. Otra de las líneas más interesantes, en las que puedes ver casi todas las nacionalidades del mundo es la línea 7, que va desde la terminal de Port Authority,en la 42 hasta Flushing, Queens, donde reside una importante comunidad china.
Aparte de la diversidad que uno puede observar en el metro, con tanta gente y pasando tantas horas yendo de un lado a otro en este medio de transporte, hay muchos New York moments que tienen lugar bajo tierra, tanto buenos como malos, o simplemente curiosos y que la mayoría son realmente entretenidos... no sé, algunos que recuerde son: el día en que dos muchachitos negros con pinta de raperos, camisetas blancas largas, gorras y vaqueros caídos, se sacaron cada uno un violín de debajo de la camiseta y nos dieron un concierto estupendo de música clásica. Fue tan increíble que la gente les iba dando billetes de dólar. O el bebé de unos 2 años, al que ya entrenan desde chico a ir en metro, sentado en su carrito en hora punta y con un iPod enchufando viendo dibujos animados; los evangelistas anunciando a grito pelado la salvación del mundo (generalmente no tienen buena aceptación por las mañanas y la gente les dicen cosas que me hacen reirme por lo bajini); el grupito de niños que con un boom-box, nuestro radiocasette de toda la vida, tocan hip hop y pegan saltos y hacen malabarismos mientras el metro recorre la ciudad a toda velocidad; o el que te anuncia las paradas de metro, que los hay agradables y te dan los buenos días a través de megafonía, o los que están más mosqueados y les dicen a la gente que se quiten de las puertas porque al fin y al cabo, si el metro no sale, serán ellos los que lleguen tarde a currar. Junto a estos momentos divertidos, otros que lo son menos, como el día en el que a un ejecutivo le dio un ataque de epilepsia en el tren y nadie supo cómo reaccionar hasta que el buen hombre se bajó en la 34 y allí le ayudaron o las broncas entre el personal porque el metro va muy lleno y me has pisado un callo.
Para mí el metro de Nueva York es mucho más que un medio de transporte. Como con la ciudad, tengo una relación amor-odio con el metro: me mosquea esperar en el andén y ver que los metros vienen hasta los topes y tengo que esperar al siguiente o cuando suben los precio (ya está a $2.00 el billete, y a $81.00 el abono mensual), pero a la vez agardezco poder ir de un lado a otro las 24 horas del día con bastante seguridad y poder tener entretenimiento muy difícil de encontrar en ninguna otra parte.
Por cierto, la foto es del 5 en hora punta. ¡Hasta los topes!
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