Vaya con la caló en NY

domingo, diciembre 21, 2008

~La pensión de Norman Bates... o cómo no organizarse un viaje~

Pues sí, la causa de la falta de conexión a mis queridos lectores ha sido un viaje para disfrutar de un par de dias de tranquilidad, solecito y calorcito en South Beach. Llegamos el jueves 11 de diciembre por la noche y disfrutamos de unos días de playa (más bien un día porque estuvo bastante nublado) y de pasearnos en chanclas sin hacer nada. Un lujo para el mes de diciembre.

Bueno, lo de este viaje ha sido un poco una ida de olla, ya que nos hacía falta desconectar un poco del estrés (David) y del frío (yo) de Nueva York. Total, que buscando por internet, nos encontramos un paquete de vuelo y hotel por $300.00 por barba 5 días en Miami. Buscamos el vuelo sólo y casi nos salía más caro, así que decidimos cogernos el paquete completo. David ya había estado en Miami por trabajo varias veces y a mí, con tal de salir del frío de NY, me da igual a donde me lleven. El hotel tenía que ser barato por narices, pero como ponía que estaba en South Beach, la zona donde está la vidilla de Miami (es lo que me han dicho.. igual Antonio, que vive allí, nos lo puede confirmar, aunque por lo que pude ver la primera noche, es como si nos estuviésemos quedando en el Times Square de Miami, donde está el turisteo, y eso no es lo mismo que conocer el Miami de verdad, pero bueno, como la intención era salir de Nueva York y que nos diese un poco el solecito, esto nos viene muy bien), pues pensamos que no podía estar demasiado mal. Además una servidora ha dormido en albergues juveniles, así que un hotel cutrecillo tampoco me iba a asustar.

Para no variar, tanto David y yo vamos con retraso a todas partes, y el día del viaje no iba a ser la excepción que confirma la regla. Nuestro vuelo salía de JFK a las 2.55pm, por lo cual teníamos que estar en el aeropuerto a la 1.55pm a más tardar. Plan en el mundo ideal: las maletas las tienes hechas la noche anterior, mañana relajada en casa, nos cogemos el metro a las 1 o así, y llegamos tan contentos con ganas de vacaciones. La realidad, muy distinta (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), como los dos hemos estado súper liados toda la semana, pues no hay nada de ropa limpia que llevarnos, así que Carola se levanta a hacer una colada, pero con las bullas, mete ropa de más, y casi se nos inunda la cocina, inundación que conseguimos evitar en el último minuto, y para colmo la ropa no está seca (es lavadora-secadora, sencilla y natural a la par que elegante y sofisticada, propia para espacios reducidos como los son los apartamentos en NY), y para colmo es la 1.15pm… David ya se desespera y está a punto de cancelar viaje. Yo estoy de los nervios y es que la maleta sin hacer, nuestro vuelo sale en menos de 2 horas y se tarda al menos 40 minutos (en taxi) al aeropuerto. Para colmo, una con estos pelos, y sin ropa que llevarse para 5 días porque no hay manera de secar la colada. Total que colgamos la ropa mojada en el tenderete que tenemos en casa con una toalla debajo para que no gotease demasiado, bajo la mirada atenta de nuestros tres gatos que lo están flipando y probablemte riéndose de este par de humanos; metemos en la maleta lo que pillamos que pensamos que nos podría servir para el tiempo de Miami; les dijimos hasta luego a los gatos (que para entonces han pasado de reirse de nosotros a estar mosqueados porque los dejamos colgados con los vecinos) y salimos pitando en un taxi camino del aeropuerto. Cuando llegamos al aeropuerto, ya habían cerrado el vuelo, pero no sé cómo, nos dejaron entrar junto a otras 3 personas que iban rezagadas como nosotros. Las miradas asesinas de algunos pasajeros eran como para pensarte dos veces si quieres llegar tarde a algún sitio otra vez. De todos modos, nos tuvieron en pista como una media hora más por culpa del tráfico aéreo de JFK... y en eso nosotros no tuvimos nada que ver.

Cuando llegamos a Miami, ya era de noche, nos pillamos un taxi (que nos salía más barato que pillarnos el shuttle bus, increíble, ¿no?) para que nos llevase al hotel. Cuando llegamos al hotel, una recepcionista un poco sosa nos pidió nuestra documentación y nos dio la llave de la habitación. Nos montamos en el ascensor que tenía un charco en el suelo y la última revisión caducada de hace más de un año. Buen comienzo. Nuestra habitación estaba al final del pasillo y tenía delante un contenedor gigantesco. Bueno, tiene el encanto de lo casposillo, me dije para mis adentros. David, más acostumbrado a viajes pagados por la empresa (antes de tener la suya propia…), tenía los ojos como platos y la hipocondria se convirtió en paranoia cuando abrimos la puerta de la habitación que, primero no era de las de tarjeta, si no que era una llave de las de toda la vida y vemos que la parte de la cerradura está hecha polvo, como si le hubiesen pegado una patada para tirarla abajo. Vamos, que era como la pensión del Día de la Bestia, pero en Miami y sin Santiago Segura.

La habitación no tenía desperdicio. El hotel era tan cutre que en el espejo del baño había una pegatina de una casa de subastas de objetos de hostelería. Vamos, que cuando un hotel o un restaurante se viene abajo subastan todo lo que tienen y los de este hotel ni siquiera se habían molestado en quitar la pegatina bien. El teléfono parece ser que tenía el mismo origen porque era de un Marriot y tenía un número de habitación diferente a la que nos habían asignado. Y ya de neverita de minibar olvídate... por lo menos tenía tele, un par de camas, un par de lámparas y un par de cuadros. Al menos tenía pinta de estar medio limpia, aunque fuese un poquillo oscura.

Dejamos la maleta en el hotel (y David todo agobiado a ver si íbamos a tener maleta a la vuelta, y yo le recordé que la maleta estaba medio vacía (o medio llena, según el punto de vista del observador) debido al fallo de cálculo de tiempo de la colada, así que tampoco se llevarían tanto) y salimos a cenar algo a Lincoln Road, que creo que es como el centro de South Beach, y del que colgaré fotos.

Al día siguiente nos cambiamos de hotel, primero porque estaba bastante lejos de donde estaba toda la vidilla (y no teníamos ganas de alquilar coche) y segundo porque creo que a David le estaba entrando la depre en ese antro. Cuando decidimos dejar el hotel, la recepcionista nos miró con cara de asombro y nos preguntó el motivo... igual no se había dado cuenta de que los únicos incautos que pernoctaban en su local eran personas que se compraban el paquete de vuelo con hotel súper tirado, como la familia de alemanes que entraron la misma noche que nosotros.


Vista de la habitación. Un poquillo oscura.


Sistema de seguridad ideado por David. Me recuerda a la escena de cuando entran en la casa de The Big Lebowski, una vez que el pobre Dude pone la silla y la clava contra el suelo y resulta que la puerta se abre del revés.


El teléfono rescatado de otro hotel.