~Lo que quieras ser~
Ayer tenía pensado ir a la fiesta de clausura de la exposición de Murakami en el Brooklyn Museum. Me hacía mucha ilusión volver a ver todos los cuadros de florecillas sonrientes y alienígenas de colores fluorescentes de este artista japonés. Ya fui a verla en abril, y flipé con su imaginación, sobre todo con los cortos que mostraros de KaiKai KiKi, que me hicieron volver a mi infancia de Mazinger Z y Candy-Candy... En especial el capítulo en el que uno de ellos (no recuerdo cual porque no hablo japonés) planta un mojón de colorines que sirve de abono a una planta de sandía gigante y las sandías que salen son cuadradas (toma ya, y que luego nos digan de comida modificada genéticamente) e inmensas. KaiKai KiKi las llevan a una fiesta y con una de esas sandías se le da de comer a todo el pueblo. También tiene un cuadro expuesto, que está compuesto de 7 lienzos inmensos unidos que representa un champiñón nuclear, pero de colorines. Una rallada porque no creo que una bomba nuclear sea como para pintarla de colorines, pero el cuadro tenía una especie de magentismo morboso en el que sabes que es algo horrible que se hayan lanzado bombas atómicas en la historia de la Humanidad, pero no puedes evitar el fijarte en los colores y las setillas venenosas que Murakami nos presenta.
Total, que salí de Midtown lista para coge el metro para Brooklyn y tener mi tarde de artisteo moderno. David me llama, que está 'esmayao y que en vez de quedar en la puerta del museo (te lo digo más que nada porque ya vas tarde y paso de esperarte plantao en la puerta, no me lo dijo con esas palabras, pero casi...), que le recoja en su oficina, en Dumbo. Reconozco que poseo poca relación espacio-temporal, pero no calculaba yo que los metros iban a andar un tanto descuajarringaos, y que el trayecto de 45 minutos me iba a tomar hora y media, y andaba con un mosqueo impresionante, porque casi siempre acabo perdiéndome cosas interesantes porque no sé como, pero siempre llego tarde. Lo cierto es que, en mi mosqueo, levanto la vista y veo un anuncio que no sé si es de coña o si va en serio. Básicamente el anuncio te promete que por un par de horas y con unas pastillitas puedes sacar a la estrella de rock que llevas dentro y ser Kanye West. Como podréis ver en la foto, de gordito, blanco y calvo, con estas pastillas te conviertes en estrella de la música, negro y atractivo. Vamos, que si ahora quiero ser Lola Flores o la Niña de los Peines por un rato, sólo tengo que buscar las pastillas apropiadas, tragármelas y listo... Cantante durante un rato y vuelta a la realidad en un par de horas. El anuncio no tiene desperdicio. Tiene incluso un teléfono y una web de contacto (www.bekanyenow.com), que, como curiosa que soy, pues allá que me meto y resulta que es... un anuncio genial del vodka Absolut.
Así que cuando llegué a por David ya íbamos casi sin tiempo de llegar al museo, por lo que decidimos que en vez de estresarnos y no llegar ni para el humo de las velas, nos sentamos en el bar que tiene debajo de su estudio a tomarnos unas cervecitas y resulta que coincidimos con un chico que era nuestro vecino de hace años, y que dejó el barrio y ya no supimos de él. Fue estupendo volver a encontrarte a un amigo, totalmente de casualidad, y es que si te pones a pensarlo, Nueva York es casi casi como un pueblo grande.
Ayer tenía pensado ir a la fiesta de clausura de la exposición de Murakami en el Brooklyn Museum. Me hacía mucha ilusión volver a ver todos los cuadros de florecillas sonrientes y alienígenas de colores fluorescentes de este artista japonés. Ya fui a verla en abril, y flipé con su imaginación, sobre todo con los cortos que mostraros de KaiKai KiKi, que me hicieron volver a mi infancia de Mazinger Z y Candy-Candy... En especial el capítulo en el que uno de ellos (no recuerdo cual porque no hablo japonés) planta un mojón de colorines que sirve de abono a una planta de sandía gigante y las sandías que salen son cuadradas (toma ya, y que luego nos digan de comida modificada genéticamente) e inmensas. KaiKai KiKi las llevan a una fiesta y con una de esas sandías se le da de comer a todo el pueblo. También tiene un cuadro expuesto, que está compuesto de 7 lienzos inmensos unidos que representa un champiñón nuclear, pero de colorines. Una rallada porque no creo que una bomba nuclear sea como para pintarla de colorines, pero el cuadro tenía una especie de magentismo morboso en el que sabes que es algo horrible que se hayan lanzado bombas atómicas en la historia de la Humanidad, pero no puedes evitar el fijarte en los colores y las setillas venenosas que Murakami nos presenta.
Total, que salí de Midtown lista para coge el metro para Brooklyn y tener mi tarde de artisteo moderno. David me llama, que está 'esmayao y que en vez de quedar en la puerta del museo (te lo digo más que nada porque ya vas tarde y paso de esperarte plantao en la puerta, no me lo dijo con esas palabras, pero casi...), que le recoja en su oficina, en Dumbo. Reconozco que poseo poca relación espacio-temporal, pero no calculaba yo que los metros iban a andar un tanto descuajarringaos, y que el trayecto de 45 minutos me iba a tomar hora y media, y andaba con un mosqueo impresionante, porque casi siempre acabo perdiéndome cosas interesantes porque no sé como, pero siempre llego tarde. Lo cierto es que, en mi mosqueo, levanto la vista y veo un anuncio que no sé si es de coña o si va en serio. Básicamente el anuncio te promete que por un par de horas y con unas pastillitas puedes sacar a la estrella de rock que llevas dentro y ser Kanye West. Como podréis ver en la foto, de gordito, blanco y calvo, con estas pastillas te conviertes en estrella de la música, negro y atractivo. Vamos, que si ahora quiero ser Lola Flores o la Niña de los Peines por un rato, sólo tengo que buscar las pastillas apropiadas, tragármelas y listo... Cantante durante un rato y vuelta a la realidad en un par de horas. El anuncio no tiene desperdicio. Tiene incluso un teléfono y una web de contacto (www.bekanyenow.com), que, como curiosa que soy, pues allá que me meto y resulta que es... un anuncio genial del vodka Absolut.
Así que cuando llegué a por David ya íbamos casi sin tiempo de llegar al museo, por lo que decidimos que en vez de estresarnos y no llegar ni para el humo de las velas, nos sentamos en el bar que tiene debajo de su estudio a tomarnos unas cervecitas y resulta que coincidimos con un chico que era nuestro vecino de hace años, y que dejó el barrio y ya no supimos de él. Fue estupendo volver a encontrarte a un amigo, totalmente de casualidad, y es que si te pones a pensarlo, Nueva York es casi casi como un pueblo grande.
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