Vaya con la caló en NY

lunes, abril 13, 2009

~Cuenta atrás~

Y casi sin darnos cuenta, David y yo estamos a punto de ser padres por primera vez. Según los médicos, nos queda menos de una semana, aunque me da a mí, que ésta va a venir cuando le parezca bien a ella.

Creo que los dos estamos un poco con el síndrome de negación de la evidencia, aunque por el tamaño del bombo que llevo a cuestas y lo poco que nos queda, no hay mucho que se pueda negar. El estado de shock todavía está presente y eso que hemos tenido nueve meses para digerir la noticia.

Lo que me sacó el otro día de este estado fueron dos cosas: el hacer la visita de rigor al hospital en el que vas a dar a luz y el hacer la colada y encontrarme con que a mi hija, que aún no ha venido al mundo, le han regalado más ropita que zapatos tenía Imelda Marcos, como podréis ver en la foto.


Es interesante, porque aquí, no sé si en España es igual, el tema de traer niños al mundo, algo tan natural como la vida misma, es un auténtico negocio, que va desde las tiendas de cositas que se pueden comprar a los futuros ciudadanos de este planeta, desde cochecitos que cuestan la friolera de $999.99, sin los taxes (nuestro IVA), a complementos que parecen más instrumentos sacados de una película de ciencia ficción que algo que, según detallan en el prospecto, sirva para desarrollar las capacidades psico-motrices desde dentro del útero.

Eso sin contar con las clases para los progenitores, que por como lo cuentan, parece que los avances de la ciencia son tantos que ya ni sabemos traer niños al mundo y que van desde respiración en el momento del parto a cómo darle el pecho al niño, pasando por grupos de apoyo para padres. Me sorprenden mucho todas estas cosas, porque me da a mí que en la generación de nuestros padres (y ya ni cuento la de nuestros abuelos), nos trajeron al mundo con menos parafernalia y mira, aquí estamos y tampoco estamos tan mal, digo yo. Sí, soy esa generación del mi mamá me mima de las cartillas Rubio, las muñecas Famosa (las que iban al portal), la bici heredada, el patio de mi casa, el pilla-pilla, Mortadelo y Filemón, la Mirinda de naranja y los Phoskitos, regalos y pastelitos.

Por suerte para mí, este viaje de nueve meses, a nivel de salud, ha sido de lo más aburrido, pero eso no quita que haya sido interesante a otros niveles: el poder conocer Nueva York de otra manera y me imagino que cuando ésta venga, veremos la ciudad con otros ojos (¿dónde hay parques con columpios? ¿qué bares/restaurantes son children-friendly?). Cuando me vine a Manhattan, una cosa que me llamó la atención era que no se veían niños en los bares y los restaurantes. Era como si fuese un placer reservado sólo a adultos, y de hecho, tengo amigos que no tienen niños que lo ven de esa manera. Me sorprendía, ya que en Málaga, por lo menos cuando una era niña, había críos por todas partes. Todavía me acuerdo de las tapitas de los domingos, mis padres sentados en la terraza del Bar Zurich, en Echevarría, y nosotros corriendo por allí cerca tras habernos jincado el pulpo a la gallega que preparaba Antonio.

Es más, en mi barrio se nota el cambio demográfico. De ser un barrio trabajador de italianos de toda la vida, pasó a ser un barrio que se puso de moda hará unos 7 años, con sus boutiques y restaurantes en Smith Street, y ahora se ve que la gente joven que dejó Manhattan, ya no es tan joven y que han procreado, porque cada vez se ven más y más cochecitos y bebés en todas partes, desde el bar de la esquina de casa, Abilene a la tienda de comics (o graphic novels, como se llaman ahora), Rocket Ship, una tienda que frecuentamos bastante y en la que ayer, sin ir más lejos, vimos como un crío de unos 2 años hablaba de TBOs con su padre y los dos salían de la tienda, cada uno con su elección, o el estar tomándonos una cerveza en Bar Great Harry y que llegase un padre con cochecito, se pidiese su cerveza y nos dijese si le podíamos echar un ojo a su hija, mientras él iba al baño. Pues nada, que dentro de nada, estamos igual que ese buen hombre... casi, casi como si estuviésemos de cervecitas en El Palo.