Vaya con la caló en NY

jueves, julio 24, 2008

~No te vayas todavía...~

Me cuestan trabajo las despedidas, pero a la que fui el martes por la noche se me hizo muy cuesta arriba. Javier Ortega y su mujer, Debra, cerraban Pintxos tras 10 años de estar compartiendo nuestra cocina y nuestra manera de ser con la ciudad de Nueva York.



En una ciudad en la que se trata a los chefs como celebrities, Javier había creado un rinconcito en el SoHo en el que lo que era importante era la comida (como buen vasco) y el buen rollo. Nada de tapas fusion a precios astronómicos ni de rollo chungos. El ir a Pintxos era como volver a casa. La comida era... pues eso, como estar en casa (es que no hay mejor manera de explicarlo), pero con el paisaje del lado más currado de un Manhattan que es prohibitivo. Frente al SoHo de la Apple Store y de las boutiques de Chanel, Marc Jacobs, Paul Smith y Prada, entre otras, está el "territorio comanche" del SoHo que está al oeste de la 6 Avenida, con menos tiendas y más edificios industriales y almacenes, una zona que no se sabe muy bien si es el SoHo o el Village o quién sabe qué.

Ni siquiera recuerdo cómo ni cuándo fue la primera vez que llegué a Pintxos. Para mí ha sido siempre como el anuncio de los turrones El Almendro... vuelvo a casa, vuelvo... y no sólo por Navidad, sino cuando quiero, sin tener que cogerme el avión y tirarme 8 horas cruzando el charco. Es el bareto (con más estilo) de toda la vida. Me acuerdo de cuando conocí a Javier, que siempre salía de la cocina para echar un ratito con los clientes, y de la sonrisa contagiosa de Debra. Un día le dije a Javier que, aunque yo era de Málaga (de El Palo), mi padre era donostiarra como él. Se le iluminaron los ojos... espera un minuto, me dice y se va para la cocina y me saca un cenicero negro del café Aitona para que se lo lleves a tu aita, que seguro que le hacía mucha ilusión... No sé, es como si me regalasen un servilletero de ésos del café Santa Cristina traído de Nueva York... me muero de la alegría. Volví a casa ese mes de febrero con un cenicero negro en la maleta, pero mi padre nunca lo llegó a ver. Se lo llevé a la UCI del Carlos Haya. Cuando llegué ya estaba en coma el pobre... Volví a Nueva York con el alma rota, sin padre, y sin el cenicero del café Aitona, que dejé en casa porque Javier quería que se lo llevase a mi padre y allí se ha quedado. No sé, detalles que parecen insignificantes, son algo muy grande y dicen mucho de las personas que se fijan en ellos. Así son Javier y Debra. Aparte de que la comida era increíble en Pintxos, lo que lo hacía tan especial era la gente que llevaba el día a día de un restaurante chiquito y muy coqueto. Los boquerones en vinagre estaban de escándalo (soy una fanática), la tortilla, la paella negra, los pimientos del Piquillo rellenos, las croquetas... todo regado con un buen txakoli y aderezado con música lounge y un decorado que te haría pensar que estás en un caserío con estilo Manhattan.

Hace un par de semanas me comentaron que cerraba Pintxos. Se me vino el alma a los pies. Hacía tiempo que no nos pasábamos por ahí... Lo típico, el día a día, el ya me pasaré el fin de semana que viene, el es que me pilla a desmano... algo que das por hecho, que piensas que siempre va a estar allí. ¿Y cómo cerraban Pintxos? Con el estilazo que les caracteriza, con una fiesta para todos los amigos con lo que haya en la cocina. Como siempre, Javier y Debra compartiendo ese alma y ese arte que tienen. Llegué a Pintxos tarde y allí estaba Javier preparando sangrías y sacando más pintxos y Debra sacando fotos y saludando a todos. Cuando me dieron un abrazo (¿y David, cómo es que no ha venido? Es que está rodando esta noche...) un poco más y se me saltan las lágrimas. Una sensación tan rara, el ver el local lleno de buena gente (me encontré con Antonio Ortuño, un amigo, artista valenciano, al que no veía hace siglos), pero desangelado, con pocas mesas, como el que se está preparando para mudarse de piso...

Me alegra saber que esto no es un agur, sino un hasta luego y que dentro de poco Javier y Debra estarán compartiendo su alma y su arte en la cocina con esta ciudad. Me muero de ganas de descubrir dónde...

Pintxos estaba en
510 Greenwich Street
New York, NY 10013