Vaya con la caló en NY

sábado, marzo 27, 2010

~Libros~

Los hay que se sienten conectados con el más allá en un templo; otros, se sienten conectados en la naturaleza, ya sea en un bosque o en la inmensidad del mar; y los hay, como yo, que nos sentimos conectados con esa parte espiritual en lugares un tanto inverosímiles, siendo en mi caso las bibliotecas y las librerías, aunque no todas cumplen el requisito de poder conectarme conmigo misma. No sé si será el hecho de que aquí te dejan tirarte el tiempo que quieras hojeando libros. Nadie te obliga a comprar y he visto a gente sentada en Barnes & Noble leyéndose el último best seller de cabo a rabo sentados junto a la sección de literatura esotérica. Interesante, porque lo que recuerdo de Málaga, no creo que se pudiera entrar en cualquier librería y sentarse a leer como si fuese una biblioteca. A la librería se va a comprar libros y a la biblioteca se va a tomarlos prestados.

Tal vez este concepto americano de leer en las librerías me haga conectarme contigo misma porque me recuerda a mi niñez. Sí, cuando era pequeña nos pasábamos todos los días un rato en la librería Arjé. Sí, la que estaba justo al lado de la parada del 11 en Juan Sebastián Elcano y que ahora esta en Echevarría junto al colegio Valle Inclán. Resulta que mi padre y Pepe, el dueño, se hicieron amigos y como no nos dejaban cruzar la avenida solas (por aquel entonces éramos mi hermana Mónica y yo, más tarde se unirían a nuestras aventuras literarias mi dos hermanos más pequeños), Pepe nos dejaba quedarnos en su librería a esperar a que papá nos recogiese para cruzar la calle. Recuerdo los momentos en Arjé con mucho cariño. El poder sentarte y ver toda esa cantidad de libros y poder tocarlos, leerlos, pasar sus páginas que Pepe, generosamente, nos dejaba leer, mientras le veíamos atender a los clientes, que compraban libros, artículos de papelería o le pedían fotocopias. No hubo días en los que me daba rabia la llegada de mi padre porque me interrumpía un capitulo de algún libro, o las veces que leía los comics de Esther a escondidas, que mi padre desaprobaba un poco, porque no lo consideraba literatura. No me importaba si eran las 2 y si había que ir a comer, había momentos en los que el tiempo no era nada importante, lo único importante era saber qué pasaba en el próximo capitulo del libro que estaba leyendo.

Había un par de reglas que papá nos dijo que teníamos que cumplir a rajatabla si queríamos que Pepe nos dejase estar allí: no valía señalar la página doblándola, ya que el libro tenía que estar nuevo-novísimo, así que más te valía acordarte por donde te habías quedado el día anterior o corrías el riesgo de releer ese capítulo; los libros había que ponerlos en su sitio y había que tratarlos con respeto, algo que no sólo era una regla para poder pasar el rato esperando a papá, si no que era algo que él nos inculcó con los libros de nuestras incipientes bibliotecas y la suya propia, la propiedad que tenía que más le llenaba de orgullo: su colección de libros y, en especial, su colección de diccionarios, a la que contribuyó con el último libro que publicó antes de dejarnos, A Dictionary of the World's Languages : with Tables of Language Families .

Ayer, 26 de marzo, papá hubiese cumplido años. Han pasado ya 7 años que no está con nosotros, pero aun así, hay momentos en los que realmente le siento cerca y algunos de ellos son cuando estoy en una librería, hojeando libros, acariciando el lomo o admirando el diseño de una portada. Ese amor que tenía por la palabra escrita nos la transmitió a todos nosotros, aunque a veces, no lo supimos entender en su momento, como el día en que decidió que era más importante invertir una preciosa enciclopedia de arte en lugar de comprarnos un vídeo en el que pudiesemos grabar los programas de la tele. Ese respeto por los libros que tenía papa era tan grande que su mayor orgullo era la biblioteca que tenía en casa, biblioteca de libros de todo tipo y en todos los idiomas que vivían un apretados como sardinas en lata en unas estanterías metálicas en un cuartito, junto a la entrada de casa, que consideraba su despacho.

Cuando papá leía un libro, parecía que nadie lo hubiese leído, y el pobre miraba con horror mis ejemplares de bolsillo de las obras de Shakespeare, todos subrayados, en diferentes colores y con anotaciones en el lado que me servían para poder analizar las obras del bardo de Stratford durante la carrera. Según él, había dos tipos de personas: los que leían los libros y no sabías que los habían leído, los que no dejaban huella visible de su amor a la palabra escrita y aquéllos, como yo, que cuando leemos un libro, parece que Atila, los hunos y los otros hubiesen pasado por sus páginas dejando un reguero de destruccion.

A lo que íbamos, en mi barrio brooklynero, tan lejos de ese Arjé de al lado de la parada del 11, y tan lejos de mi Málaga, hay una librería que me lleva a esos momentos de hojear libros mientras esperábamos a que papa viniese a recogernos. Es una libreria amplia y luminosa, que han reformado hace no mucho. No es como Arjé en cuanto a diseño (lo que recuerdo de Arjé es que era pequeñita, en comparación con Book Court), con su suelo de madera y un gato gordo que se pasea de vez en cuandoo, como si fuese el librero y que en cualquier momento pudiera darte una recomendación sobre algún libro en concreto. Book Court es un espacio diáfano, con ventanales en la parte delantera y en el techo que dejan entrar la luz natural y con sufiente espacio para poder hacer lecturas y presentaciones de libros. Tiene una sección estupenda de literatura contemporánea y de libros de arte y de cocina. También cuenta con una sección para niños y una sección de lo que llamamos tebeos pero que ahora ha ascendido al género literario de graphic novel (aunque reconozco, como fan que soy de las graphic novels, que prefiero comprar las mías en Rocketship, una librería especializada en este tipo de libros).



El entrar en Book Court supone siempre un placer (y un gasto de dinero, lo tenga planeado en el presupuesto o no), ese murmullo de gente hablando bajito, paseando junto a las estanterías, hojeando o incluso leyendo libros en alguna de las múltiples sillas desparejadas o en el sofá del fondo, hace, inevitablemente, que cada vez que empiezas a hojear un libro, acabes comprándolo. El personal es agradable y muy atento y para nada te hacen sentir que te has pasado demasiado tiempo viendo libros ni te hacen sentirte culpable si no has sucumbido al encanto de la tienda has salido con las manos vacías. Echo de menos una sección más completa de libros en castellano, pero bueno, no es a eso a lo que se dedica Book Court, ya que la mayoría de los extranjeros del barrio son francófonos. A lo que se dedica es a acercarnos el placer de la lectura a todos los que vivimos en el barrio y lo hace con encanto y una selección estupenda para todos los gustos.

Papá, sé que te encantaría esta librería y que probablemente pasases horas hojeando libros en el sofá del fondo. Gracias por transmitirnos ese amor a la palabra escrita.


Librería Arjé
c/Escultor Marín Higuero, 1
29017 Málaga
Tel: (95)229-29-93

Book Court
163 Court Street
Brooklyn, NY 11201
Tel: (718)875-3677

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