~He who has not climbed the Great Wall is not a true man. Mao Zedong~
Nos levantamos tarde y como Nieves se había pedido el día libre, quedamos con Charles, Ruby (su chica, compañera de piso de mi hermana Nieves) y Erin (una amiga de Charles que está de visita) para ir a la Gran Muralla. David, Nieves y yo fuimos a la estación de autobuses a esperarles. De camino comimos ping de unos puestecillos callejeros... Una especie de crêpe hecha de huevo, rellena de verduritas y carne. Hmmmmm... mi primer plato en Beijing ¡Me encantó!...
Nos cogimos el 916 para la muralla. El viaje, de hora-hora y media, fue de lo más interesante. El paisaje urbano, como están construyendo cantidad de edificios, el tráfico, la gente... que se fue convirtiendo en una carretera en el campo, con árboles, aún con tráfico, algún que otro tramo no tan construido... Nos bajamos no sé yo dónde y nada más salir sel autobús una avalancha de taxistas ilegales, vamos de ésos que tienen el coche, apañas el precio, te montas y te dicen, como aquel anuncio de móviles: Son 10.000. Total que Charles estuvo regateando con uno y logró que nos llevase a la muralla en una mini-furgoneta, nos esperase y nos trajese de vuelta por 80 RMB (unos $8). Media hora en la furgonetilla cuesta pa’rriba.
Llegamos a la Muralla, al tramo de Mutianyu, que es menos turístico que el tramo de Badaling. Aunque eso es un decir porque aquí hay puestecillos en todas partes y esta gente le vende un peine a un calvo. Te vendían de todo en la muralla: camisetas con el I climbed the Great Wall, abanicos, agua, sellos con tu nombre, postales... Según nuestra guía Lonely Planet, este tramo data de la dinastía Ming (1368-1644) y destaca por sus torres vigías. Por lo que pude comprobar luego, no sólo por sus torres vigias si no por lo empinadas que están las escaleras.
Paramos a comernos otro ping y nos montamos en un telesilla para empezar a escalar la muralla. Es impresionante y desde luego que los soldados chinos de entonces tenían que estar cuadrados, porque vaya escalones... Algunos eran tan empinados que casi me llegaban por la rodilla. Pues nada, a pasearse por la Gran Muralla, El paisaje es alucinante y creo que no se refleja bien en las fotos, ya que debido a la contaminación, siempre hay como una neblina. A mitad de camino nos encontramos con dos viejecillas que eran la versión del hombre que te vendía el “aaaaiiiii-aaaaiiiis-cream... tengo el agua, la cocacola, el aaaaiiiii-aaaaiiiis-cream” en la playa. Éstas dos estaban con un cubo con hielo y botellines de agua, latas de refrescos y cervezas. Charles y David se compraron un par de cervezas y celebraron el cumpleaños de David en la Gran Muralla. Es que un cumpleaños sin una birra no es cumpleaños que se precie... Eso, anarquía y birra fría. Seguimos caminando (lo confieso, en algunos tramos sentí todos los cigarillos que me he fumado en mi vida y hubo algún momento de ésos en los que dices, en cuanto llegue a casa me meto en el gimnasio). Llegamos al final del tramo, y nos saltamos la parte que decía que ya no se podía seguir, para estar un poco más en contacto con la naturaleza. Es un paisaje increible y te da una sensación de paz y a la vez de humildad. El pensar cómo pudieron construir esta muralla en un sitio como éste, cuánta gente habría viviendo allí para defenderla y cuántos habrán muerto para construirla. Salimos pitando porque nos cerraban la muralla a las 5 y en vez de bajar en el telesilla, esta vez bajamos en una especie de trineos que tienen en un tobogán. Con el miedo que me dan a mí estas cosas, especialmente cuando ves el cartelillo de Test the brake. Pero bueno, no nos quedaba otra. Los guardias se querían ir a casa ya, hicimos de tripas corazón (bueno, yo, porque Charles y David estaban encantados con la idea de bajar la montaña en tobogán) y nos montamos en el cacharro aquél. Tengo que admitir que fue divertido. Llevábamos a los guardias detrás metiéndonos bulla (claro, como se lo hacen todos los días...) y tengo que decir que aunque le diese a la palanca pa’lante (=acelerar), había momentos en el que el bicho aquél no aceleraba para nada. Lo dicho, tengo que ir al gimnasio más a menudo a bajar el culo panaero.
Nos volvimos a montar en la mini-furgoneta de nuestro taxista ilegal, que nos dejó en la parada del 916. Se notaba que empezaba la hora punta y estuvimos dudando en coger o no un taxi para volver a casa. Una cosa que he notado aquí es que hay más taxis que en Nueva York (y mira que eso es difícil) y que la gente los usa mucho. El autobús llegó en unos minutos y como veíamos que había sitio para sentarse (te vayas tú a creer que si no hay sitio la gente se espera al próximo autobús. Se montan y se hacen el trayecto, que para mí sería como montarse en el Alsina para ir de Málaga a Granada, de pie). Del viaje de vuelta no recuerdo mucho, porque fue sentarme en el autobús y quedarme frita hasta que llegamos a la estación de autobuses Dongzhimen, justo al lado de casa de mi hermana.
Fuimos un ratillo al piso de mi hermana y Charles intentó conectar nuestro ordenata a Internet pero no funcionó (la menda escribe esto en casa y luego se va a un cybercafé a colgarlo, esto no es life stream). Después taxi a un restaurante en el que nos encontramos con Yves, al que no veía desde que se vino a verme a Greenpoint en 2001. ¡Qué fuerte que nos veamos aquí en Beijing! Ahora está aquí, diseñando zapatos para una empresa china. También vimos a Marina, una compañera de la facultad de mi hermana Nieves, que se vino hará año y medio a visitarla, y le gustó tanto esto que se lió la manta a la cabeza y se vino para acá a vivir. La de vueltas que da la vida. Conocimos a Olga, una chica de Tarragona que está estudiando chino en Beijing. La cena, deliciosa. Cenamos la especialidad de Beijing: pato, en el Beijing Dadong, cuya especialidad es que el pato no tiene tanta grasa y comerse la piel del pato con azúcar.
Nos levantamos tarde y como Nieves se había pedido el día libre, quedamos con Charles, Ruby (su chica, compañera de piso de mi hermana Nieves) y Erin (una amiga de Charles que está de visita) para ir a la Gran Muralla. David, Nieves y yo fuimos a la estación de autobuses a esperarles. De camino comimos ping de unos puestecillos callejeros... Una especie de crêpe hecha de huevo, rellena de verduritas y carne. Hmmmmm... mi primer plato en Beijing ¡Me encantó!...
Nos cogimos el 916 para la muralla. El viaje, de hora-hora y media, fue de lo más interesante. El paisaje urbano, como están construyendo cantidad de edificios, el tráfico, la gente... que se fue convirtiendo en una carretera en el campo, con árboles, aún con tráfico, algún que otro tramo no tan construido... Nos bajamos no sé yo dónde y nada más salir sel autobús una avalancha de taxistas ilegales, vamos de ésos que tienen el coche, apañas el precio, te montas y te dicen, como aquel anuncio de móviles: Son 10.000. Total que Charles estuvo regateando con uno y logró que nos llevase a la muralla en una mini-furgoneta, nos esperase y nos trajese de vuelta por 80 RMB (unos $8). Media hora en la furgonetilla cuesta pa’rriba.
Llegamos a la Muralla, al tramo de Mutianyu, que es menos turístico que el tramo de Badaling. Aunque eso es un decir porque aquí hay puestecillos en todas partes y esta gente le vende un peine a un calvo. Te vendían de todo en la muralla: camisetas con el I climbed the Great Wall, abanicos, agua, sellos con tu nombre, postales... Según nuestra guía Lonely Planet, este tramo data de la dinastía Ming (1368-1644) y destaca por sus torres vigías. Por lo que pude comprobar luego, no sólo por sus torres vigias si no por lo empinadas que están las escaleras.
Paramos a comernos otro ping y nos montamos en un telesilla para empezar a escalar la muralla. Es impresionante y desde luego que los soldados chinos de entonces tenían que estar cuadrados, porque vaya escalones... Algunos eran tan empinados que casi me llegaban por la rodilla. Pues nada, a pasearse por la Gran Muralla, El paisaje es alucinante y creo que no se refleja bien en las fotos, ya que debido a la contaminación, siempre hay como una neblina. A mitad de camino nos encontramos con dos viejecillas que eran la versión del hombre que te vendía el “aaaaiiiii-aaaaiiiis-cream... tengo el agua, la cocacola, el aaaaiiiii-aaaaiiiis-cream” en la playa. Éstas dos estaban con un cubo con hielo y botellines de agua, latas de refrescos y cervezas. Charles y David se compraron un par de cervezas y celebraron el cumpleaños de David en la Gran Muralla. Es que un cumpleaños sin una birra no es cumpleaños que se precie... Eso, anarquía y birra fría. Seguimos caminando (lo confieso, en algunos tramos sentí todos los cigarillos que me he fumado en mi vida y hubo algún momento de ésos en los que dices, en cuanto llegue a casa me meto en el gimnasio). Llegamos al final del tramo, y nos saltamos la parte que decía que ya no se podía seguir, para estar un poco más en contacto con la naturaleza. Es un paisaje increible y te da una sensación de paz y a la vez de humildad. El pensar cómo pudieron construir esta muralla en un sitio como éste, cuánta gente habría viviendo allí para defenderla y cuántos habrán muerto para construirla. Salimos pitando porque nos cerraban la muralla a las 5 y en vez de bajar en el telesilla, esta vez bajamos en una especie de trineos que tienen en un tobogán. Con el miedo que me dan a mí estas cosas, especialmente cuando ves el cartelillo de Test the brake. Pero bueno, no nos quedaba otra. Los guardias se querían ir a casa ya, hicimos de tripas corazón (bueno, yo, porque Charles y David estaban encantados con la idea de bajar la montaña en tobogán) y nos montamos en el cacharro aquél. Tengo que admitir que fue divertido. Llevábamos a los guardias detrás metiéndonos bulla (claro, como se lo hacen todos los días...) y tengo que decir que aunque le diese a la palanca pa’lante (=acelerar), había momentos en el que el bicho aquél no aceleraba para nada. Lo dicho, tengo que ir al gimnasio más a menudo a bajar el culo panaero.
Nos volvimos a montar en la mini-furgoneta de nuestro taxista ilegal, que nos dejó en la parada del 916. Se notaba que empezaba la hora punta y estuvimos dudando en coger o no un taxi para volver a casa. Una cosa que he notado aquí es que hay más taxis que en Nueva York (y mira que eso es difícil) y que la gente los usa mucho. El autobús llegó en unos minutos y como veíamos que había sitio para sentarse (te vayas tú a creer que si no hay sitio la gente se espera al próximo autobús. Se montan y se hacen el trayecto, que para mí sería como montarse en el Alsina para ir de Málaga a Granada, de pie). Del viaje de vuelta no recuerdo mucho, porque fue sentarme en el autobús y quedarme frita hasta que llegamos a la estación de autobuses Dongzhimen, justo al lado de casa de mi hermana.
Fuimos un ratillo al piso de mi hermana y Charles intentó conectar nuestro ordenata a Internet pero no funcionó (la menda escribe esto en casa y luego se va a un cybercafé a colgarlo, esto no es life stream). Después taxi a un restaurante en el que nos encontramos con Yves, al que no veía desde que se vino a verme a Greenpoint en 2001. ¡Qué fuerte que nos veamos aquí en Beijing! Ahora está aquí, diseñando zapatos para una empresa china. También vimos a Marina, una compañera de la facultad de mi hermana Nieves, que se vino hará año y medio a visitarla, y le gustó tanto esto que se lió la manta a la cabeza y se vino para acá a vivir. La de vueltas que da la vida. Conocimos a Olga, una chica de Tarragona que está estudiando chino en Beijing. La cena, deliciosa. Cenamos la especialidad de Beijing: pato, en el Beijing Dadong, cuya especialidad es que el pato no tiene tanta grasa y comerse la piel del pato con azúcar.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home