~Torre del Tambor y Torre de la Campana~
Salimos de casa a eso de las 10 y algo. Yo estaba desmayá, ya que con el jetlag me había despertado a las 5.30 y no había vuelto a pegar ojo. No sabíamos si ir al puestecillo o bajar a la estación de autobuses a comprar un ping. Nada más salir de casa, nos encontramos a un hombre con un carrito que estaba haciendo ping en la calle, así que nos fuimos directos para él y le pedimos un ping. La conversación tuvo su gracia. Un señor mayor, desdentado, se acercó a vernos y me preguntaba si podía hablar chino. Como pude, le expliqué que no, que sólo hablo muy poquito chino (i dien dien). Creo que cuando vuelva a Nueva York voy a buscarme alguna academia o un profe que me dé clases de chino, porque me da a mí que, si Nieves sigue viviendo en Beijing, voy a volver a visitarla. Me encantaría poder volver y quedarme un año aquí y vivir en Beijing. Tal vez Nueva York y Brooklyn se me hayan pasado un poco. Hmmm, ya está aquí otra vez Antoñita, la fantástica.
Los ping son una especie de crêpe, hechos con huevo. Los ponen en una plancha para que se hagan, una salsa marrón y verduritas. El que comimos el otro día tenía como una pasta crujiente dentro junto con las verduritas y un poco de carne. El de hoy sólo tenía la salsa y las verduritas. Un desayuno bastante bueno por sólo 2 ó 3 RMB (unos 20 ó 30 céntimos).
Después de nuestro desayuno y conversación con el viejito, nos montamos en el metro para ir a ver la Torre del Tambor y la Torre de la Campana. Nos bajamos en Gulou y bajamos por Jigulou Dajie hasta que llegamos a la Torre de la Campana y la Torre del Tambor. En seguida notamos que era una zona turística, con muchas tiendas de recuerdos, cafés y conductores de rickshaws que se te echaban encima vendiéndote tours por los hutong. Logramos meternos en la Torre del Tambor tras esquivar a todos los de los rickshaws y decidimos subir a la Torre, desde la que se ve todo Beijing. La Torre se construyó en 1273 y era el centro de la antigua capital mongola Dadu. Vaya con las escaleritas para subir a la torre, pero merece la pena. Las vistas son increíbles, en las que se mezclan los rascacielos y el tráfico con los hutong. Cada media hora tocan los tambores. Antiguamente había 25 tambores: 1 tambor principal y 24 tambores secundarios, que se tocaban para marcar la horas. De los tambores originales, sólo queda uno, el principal, Genggu, que quedó bastante estropeado tras la rebelión de los Bóxer de 1900.
Tras escuchar los tambores y ver la clepsidra, un aparato que les indicaba las horas, decidimos bajar de la torre y pasear por la zona. Bajamos por Gulou Xidajie y acabamos encontrando un hutong bastante arreglado. En seguida nos dimos cuenta de que había turismo por esa zona, por las tiendas de bolsos tibetanos, posters de Mao y bares con carteles en inglés. Sin saberlo habíamos llegado a Houhai, una zona en la que está al lado de un lago y que es la mar de agradable. Sin embargo, a David le pareció bastante turística, así que decidimos caminar de vuelta al metro por el camino por el que habíamos venido. Paramos en un restaurante que vimos que estaba lleno. Hasta ahora éste ha sido nuestro único fallo con respecto a comida. Las camareras eran muy simpáticas, pero claro, no podíamos comunicarnos muy bien... mejor dicho, no podíamos comunicarnos. Pedimos un plato que pensamos que era pollo, pero al final no sabemos realmente lo que era... Menos mal que pedí unos fideos y tiramos con eso más que nada.
Nos volvimos a montar en el metro. Sólo dos paradas hasta casa. Tiene gracia, no llevamos ni una semana aquí, y ya casi consideramos Dongzhimen nuestro barrio. Sabemos como llegar al metro y a la parada de autobuses, y el sistema de metro es bastante sencillo. Llamamos a Nieves y fuimos a recogerla cerca de su trabajo, que se estaba tomando un café con Natalia y Dani, dos compañeros del currelo. Después fuimos al Ya Show (parece ser que es nuestro sitio favorito), a ver si podíamos comprarle unos tenis a David, porque tenía los pies hechos polvos, pero no encontramos nada que le gustase. Deprisa y corriendo nos montamos en metro para ir a cenar con mi tía, la prima de mi madre, a un restaurante de pato pekinés, el Quanjude. La comida estaba buenísima. Te traen un pato, con el que te dan una tarjeta con su número, ya que este restaurante lleva abierto desde 1864. Un cocinero te corta el pato y lo ponen en la mesa, junto con unas torres de bambú, en la que hay unas tortitas parecidas a las crêpes. Así que lo que haces es cogerte una tortita, coger un poco de pato, mojar el pato en salsa y utilizarlo como pincel para extender la salsa en la tortita, poner el pato con unas verduritas, que creo que son cebolletas, sobre la tortita, liarla y comértela.
Mis tíos son encantadores. Me llama la atención la jeraquía de la familia china. Esta tía es, en realidad, una prima de mi madre, ya que su madre era la hermana pequeña (meimei) de mi abuela. Aquí, aunque quieras ocultar tu edad, todo sale a la luz una vez que se junta la familia, porque le dan un nombre diferente a cada miembro, dependiendo si es mayor o menor. Por ejemplo, hermana mayor es jiejie y hermana pequeña es meimei. Aquí todo el mundo sabe, sin preguntarme mi edad, que soy mayor que Nieves porque soy su jiejie. Mis tíos invitaron a un primo a comer. Creo que nuestra relación con él es que su abuelo era el hermano mayor gogo de mi abuela, pero como es más joven que yo es mi biaodi. Cometí el error de llamarle mi biaogo. Mis tíos se rieron y me explicron que no, que es más joven que yo. Y yo que pensaba que podría ocultar mi edad. Aquí ni con Botox.
Después de cenar, Nieves se fue para el D-22 a currar y nosotros nos cogimos el metro con mis tíos y mi primo de vuelta para casa.
Salimos de casa a eso de las 10 y algo. Yo estaba desmayá, ya que con el jetlag me había despertado a las 5.30 y no había vuelto a pegar ojo. No sabíamos si ir al puestecillo o bajar a la estación de autobuses a comprar un ping. Nada más salir de casa, nos encontramos a un hombre con un carrito que estaba haciendo ping en la calle, así que nos fuimos directos para él y le pedimos un ping. La conversación tuvo su gracia. Un señor mayor, desdentado, se acercó a vernos y me preguntaba si podía hablar chino. Como pude, le expliqué que no, que sólo hablo muy poquito chino (i dien dien). Creo que cuando vuelva a Nueva York voy a buscarme alguna academia o un profe que me dé clases de chino, porque me da a mí que, si Nieves sigue viviendo en Beijing, voy a volver a visitarla. Me encantaría poder volver y quedarme un año aquí y vivir en Beijing. Tal vez Nueva York y Brooklyn se me hayan pasado un poco. Hmmm, ya está aquí otra vez Antoñita, la fantástica.
Los ping son una especie de crêpe, hechos con huevo. Los ponen en una plancha para que se hagan, una salsa marrón y verduritas. El que comimos el otro día tenía como una pasta crujiente dentro junto con las verduritas y un poco de carne. El de hoy sólo tenía la salsa y las verduritas. Un desayuno bastante bueno por sólo 2 ó 3 RMB (unos 20 ó 30 céntimos).
Después de nuestro desayuno y conversación con el viejito, nos montamos en el metro para ir a ver la Torre del Tambor y la Torre de la Campana. Nos bajamos en Gulou y bajamos por Jigulou Dajie hasta que llegamos a la Torre de la Campana y la Torre del Tambor. En seguida notamos que era una zona turística, con muchas tiendas de recuerdos, cafés y conductores de rickshaws que se te echaban encima vendiéndote tours por los hutong. Logramos meternos en la Torre del Tambor tras esquivar a todos los de los rickshaws y decidimos subir a la Torre, desde la que se ve todo Beijing. La Torre se construyó en 1273 y era el centro de la antigua capital mongola Dadu. Vaya con las escaleritas para subir a la torre, pero merece la pena. Las vistas son increíbles, en las que se mezclan los rascacielos y el tráfico con los hutong. Cada media hora tocan los tambores. Antiguamente había 25 tambores: 1 tambor principal y 24 tambores secundarios, que se tocaban para marcar la horas. De los tambores originales, sólo queda uno, el principal, Genggu, que quedó bastante estropeado tras la rebelión de los Bóxer de 1900.
Tras escuchar los tambores y ver la clepsidra, un aparato que les indicaba las horas, decidimos bajar de la torre y pasear por la zona. Bajamos por Gulou Xidajie y acabamos encontrando un hutong bastante arreglado. En seguida nos dimos cuenta de que había turismo por esa zona, por las tiendas de bolsos tibetanos, posters de Mao y bares con carteles en inglés. Sin saberlo habíamos llegado a Houhai, una zona en la que está al lado de un lago y que es la mar de agradable. Sin embargo, a David le pareció bastante turística, así que decidimos caminar de vuelta al metro por el camino por el que habíamos venido. Paramos en un restaurante que vimos que estaba lleno. Hasta ahora éste ha sido nuestro único fallo con respecto a comida. Las camareras eran muy simpáticas, pero claro, no podíamos comunicarnos muy bien... mejor dicho, no podíamos comunicarnos. Pedimos un plato que pensamos que era pollo, pero al final no sabemos realmente lo que era... Menos mal que pedí unos fideos y tiramos con eso más que nada.
Nos volvimos a montar en el metro. Sólo dos paradas hasta casa. Tiene gracia, no llevamos ni una semana aquí, y ya casi consideramos Dongzhimen nuestro barrio. Sabemos como llegar al metro y a la parada de autobuses, y el sistema de metro es bastante sencillo. Llamamos a Nieves y fuimos a recogerla cerca de su trabajo, que se estaba tomando un café con Natalia y Dani, dos compañeros del currelo. Después fuimos al Ya Show (parece ser que es nuestro sitio favorito), a ver si podíamos comprarle unos tenis a David, porque tenía los pies hechos polvos, pero no encontramos nada que le gustase. Deprisa y corriendo nos montamos en metro para ir a cenar con mi tía, la prima de mi madre, a un restaurante de pato pekinés, el Quanjude. La comida estaba buenísima. Te traen un pato, con el que te dan una tarjeta con su número, ya que este restaurante lleva abierto desde 1864. Un cocinero te corta el pato y lo ponen en la mesa, junto con unas torres de bambú, en la que hay unas tortitas parecidas a las crêpes. Así que lo que haces es cogerte una tortita, coger un poco de pato, mojar el pato en salsa y utilizarlo como pincel para extender la salsa en la tortita, poner el pato con unas verduritas, que creo que son cebolletas, sobre la tortita, liarla y comértela.
Mis tíos son encantadores. Me llama la atención la jeraquía de la familia china. Esta tía es, en realidad, una prima de mi madre, ya que su madre era la hermana pequeña (meimei) de mi abuela. Aquí, aunque quieras ocultar tu edad, todo sale a la luz una vez que se junta la familia, porque le dan un nombre diferente a cada miembro, dependiendo si es mayor o menor. Por ejemplo, hermana mayor es jiejie y hermana pequeña es meimei. Aquí todo el mundo sabe, sin preguntarme mi edad, que soy mayor que Nieves porque soy su jiejie. Mis tíos invitaron a un primo a comer. Creo que nuestra relación con él es que su abuelo era el hermano mayor gogo de mi abuela, pero como es más joven que yo es mi biaodi. Cometí el error de llamarle mi biaogo. Mis tíos se rieron y me explicron que no, que es más joven que yo. Y yo que pensaba que podría ocultar mi edad. Aquí ni con Botox.
Después de cenar, Nieves se fue para el D-22 a currar y nosotros nos cogimos el metro con mis tíos y mi primo de vuelta para casa.
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