~New York, meeting point~
Y es lo que tiene esto del internet, un día te conectas a leer el periódico, a ver lo que pasa en casa, luego ves un banner que te pregunta si eres malagueño en el extrajero, y como lo eres, te apuntas; luego empiezas a escribir lo que se te ocurre y lo que te ocurre en el extranjero y lo aliñas con tu punto de vista malagueño; y luego empiezas a leer los blogs de otros malagueños que están en la misma situación que tú: se fueron de Málaga, pensando, ilusos, que sólo sería unos meses; para cuando se quieren dar cuenta, han pasado años, están con alguien del lugar, y ya para liarlo más, tienen niños que hablan varios idiomas (el andaluz entre ellos, que, aunque sea un dialecto, para os más puristas) y viven con un pie en algún lugar del mundo y el otro en Málaga.
Si hay algo que ha logrado la página de Malagueños en el extranjero es crear comunidad. Escribiendo aquí mis correrías, me he dado cuenta de que Málaga es más grande de lo que pensaba y de que el mundo es mucho más pequeñito de lo que creía. Por un lado, los que estamos lejos cubrimos una necesidad de contar y de estar en contacto con nuestro hogar, porque sois los malagueños, vosotros, nuestros lectores, los que vais a entender como vemos el mundo estando tan lejos de casa; y por otro lado, con nuestras vivencias, acercamos (y me gustaría pensar que hacemos soñar a nuestros lectores) ese espacio del planeta que hemos convertido en nuestro nuevo hogar. Aparte, creo que se ha creado una comunidad entre nosotros, los que andamos desperdigados por ahí, que si no fuera por este espacio, probablemente nunca nos hubiésemos cruzado palabra. En este sentido, veo lo grande que es Málaga, de El Palo a Eugenio Gross, hay un trecho (y no sólo en autobús de línea) o de Benalmádena a Teatinos, hay un mundo.
Me encanta leer las aventuras y los pensamientos de todos ellos. Muchos son casi como familia, aunque no haya tenido la suerte de conocerles personalmente: Alicia, que me hace reir con las aventuras de sus paisanos del Piemonte y siempre tengo hambre después de leer sus posts; Koki, cuyas aventuras en Liverpook me entretienen muchísimo y me recuerdan a mi año Erasmus en Inglaterra (¡Ah! Juventud, divino tesoro, que diría Rubén Darío); Crespo, que me acerca al mundo del bádminton, del que, si soy sincera, desconocía su existencia hasta que empecé a leer su blog desde Perú, y así y podría rellenar una página entera de todos los malagueños que estamos fuera y a los que leemos porque nos acercan con un punto de vista muy malagueño esos rincones del mundo a los que (todavía) no tenemos acceso.
También he tenido la gran suerte de conocer a varios de mis compañeros de aventuras, algunos en Nueva York, como Antonio, que estuvo en Colombia unos meses; o David, que nos acerca Londres con ojos de boquerón, que estuvo de visita en NY y con el que quedé para un almuerzo demasiado cortito. A otros, los conocí este verano en Málaga: Lucas, que describe muy poéticamente su vida en Århus (¡cómo se nota que eres de Hipánicas!) y Susana, que nos cuenta su vida en Dubai.
Uno de los malagueños a los que sigo y que me hace reir muchísimo con sus comentarios, por agudos y porque el país al que se ha ido a vivir, Suiza, se lo pone en bandeja, más que nada por lo diferentes que somos los suizos y los malagueños, es Francisco Javier. Lleva ya años en Suiza, y por motivos de trabajo viaja muchísimo. Hace una semana estuvo de escala en Nueva York, y me llegó un correo de él, comentándomelo y me preguntaba si quería quedar para conocernos en persona. ¡Pues claro! Me leo tus aventuras cada vez que las cuelgas en la web y no paro de reirme (especialmente porque teníamos un amigo muy suizo en Brooklyn, y sí, es tal y como los describe Javier), ¿cómo vamos a perder esta oportunidad? Le contesto con un correo explicándole como llegar a casa desde el aeropuerto y quedamos que nos vemos el viernes, una vez pase inmigracion, aduanas, y sobreviva el trayecto en el A.
Llega el viernes, qué alegría voy a quedar con un colega en mi barrio. Para no variar en estos casos, se aplica la ley de Murphy: tras unos días estupendos, llueve a cántaros; Alaia decide que no va a pegar ojo en toda la mañana, y está trabajosilla, por no decir otra cosa. Suena el móvil, es Javier, que ha salido del aeropuerto y se va a coger el Airtrain. Perfecto, me da tiempo de recoger un poco la casa, que es como el mito de Sísifo, una vez que te crees que la tienes limpia, no sé cómo, está hecha un desastre otra vez. Encima, Alaia, que no ha querido dormir en toda la mañana, va y se queda frita justo cuando acabo de colgar el teléfono con Javier. Si te digo yo... Total, que pasa media hora, 45 minutos, casi una hora y sin noticias de Javier. ¿Se me habrá perdido el pobre en el sistema subterráneo de la ciudad de Nueva York? Igual debía haber intentado acercarme a recogerlo. La enana empieza a protestar en la cuna. Suena el móvil y es Javier, que acaba de salir del metro. Le digo que me espere allí (es que la casa está patas arriba, vaya fatiga, y encima tengo la nevera sin nada de nada, total, con lo poco doméstica que soy, ya había pensado en llevarle a algún sitio en el barrio a comer. Por favor, sin carne me dijo, porque en la América profunda lo único que le han ofrecido son chuletones y hamburguesas...). Salimos la enana y yo (y los que tenéis niños ya sabéis lo que se tarda en salir de casa: que si el cochecito (vivimos en un tercero (USA, segundo en España) sin ascensor), que si la bolsa de los pañales; que si el biberón; que si me he dejado algo en casa...
Total que ya por fin estamos equipadas la enana y yo y salimos de bulla y corriendo (qué alegría de cochecito, oiga) a recoger a Javier en la parada del metro. Igual hasta está de conversación con el homeless de turno (el de nuestra parada de metro tiene bastante arte). Al menos ha dejado de llover... Llego con la lengua fuera y me encuentro a un chico sacándole fotos a una ardilla. Pues sí, en Brooklyn hasta las ardillas son urbanas y se pasean por la jungla de asfalto como si nada. (No le comenté a Javier que hasta las ratas en NY tienen, lo que aquí le llaman attitude, y que no sé si la traducción exacta sería un par de pantalones, o que son un poco macarras, no vaya a ser que se me asuste. Me imagino que en Suiza este tipo de animales están mucho más controlados).
Nos dimos un abrazo y una sensación extraña, como si fuésemos amigos de hace siglos. Paseamos por Smith Street y acabamos en un thai, Em, con comidita sana y venga a hablar por los codos: de nuestra Málaga, de los motivos por los que la dejamos, de lo muchísimo que la echamos de menos, de nuestras respectivas familias (igual conoces a mi padre, que estudió Hispánicas... No me suena, ya que estudié, como solía bromear D. Cristóbal Cuevas, filologías inferiores) y de cómo hacemos para que nuestros niños conozcan y amen nuestra Málaga sin vivir en ella. Después de comer, subimos or Court Street a tomarnos un café en Marquet, una pastelería pequeñita y que tiene pinta de pastelería de la abuela o de decorado de Amélie Poulain, según como se mire, y que tiene el mejor pain au chocolat del barrio.
Se nos hace tarde y Javier tiene que volver a coger el metro para ir al aeropuerto. Le acompaño a Downtown Brooklyn para coger el A. Uff, espero que llegue bien porque hay 2 As, uno que va para Far Rockaway, y que pasa por JFK y otro que va para Lefferts Boulevard y que no te lleva al aeropuerto. Me apuesto lo que sea que seguro que tiene anécdota que contarnos.
La visita se me ha hecho súper corta. Parece mentira que dos boquerones que vivimos tan lejos de Málaga, hayamos hablando de nuestra ciudad mientras nos tomamos un café en Brooklyn. ¡Que se repita!
Y es lo que tiene esto del internet, un día te conectas a leer el periódico, a ver lo que pasa en casa, luego ves un banner que te pregunta si eres malagueño en el extrajero, y como lo eres, te apuntas; luego empiezas a escribir lo que se te ocurre y lo que te ocurre en el extranjero y lo aliñas con tu punto de vista malagueño; y luego empiezas a leer los blogs de otros malagueños que están en la misma situación que tú: se fueron de Málaga, pensando, ilusos, que sólo sería unos meses; para cuando se quieren dar cuenta, han pasado años, están con alguien del lugar, y ya para liarlo más, tienen niños que hablan varios idiomas (el andaluz entre ellos, que, aunque sea un dialecto, para os más puristas) y viven con un pie en algún lugar del mundo y el otro en Málaga.
Si hay algo que ha logrado la página de Malagueños en el extranjero es crear comunidad. Escribiendo aquí mis correrías, me he dado cuenta de que Málaga es más grande de lo que pensaba y de que el mundo es mucho más pequeñito de lo que creía. Por un lado, los que estamos lejos cubrimos una necesidad de contar y de estar en contacto con nuestro hogar, porque sois los malagueños, vosotros, nuestros lectores, los que vais a entender como vemos el mundo estando tan lejos de casa; y por otro lado, con nuestras vivencias, acercamos (y me gustaría pensar que hacemos soñar a nuestros lectores) ese espacio del planeta que hemos convertido en nuestro nuevo hogar. Aparte, creo que se ha creado una comunidad entre nosotros, los que andamos desperdigados por ahí, que si no fuera por este espacio, probablemente nunca nos hubiésemos cruzado palabra. En este sentido, veo lo grande que es Málaga, de El Palo a Eugenio Gross, hay un trecho (y no sólo en autobús de línea) o de Benalmádena a Teatinos, hay un mundo.
Me encanta leer las aventuras y los pensamientos de todos ellos. Muchos son casi como familia, aunque no haya tenido la suerte de conocerles personalmente: Alicia, que me hace reir con las aventuras de sus paisanos del Piemonte y siempre tengo hambre después de leer sus posts; Koki, cuyas aventuras en Liverpook me entretienen muchísimo y me recuerdan a mi año Erasmus en Inglaterra (¡Ah! Juventud, divino tesoro, que diría Rubén Darío); Crespo, que me acerca al mundo del bádminton, del que, si soy sincera, desconocía su existencia hasta que empecé a leer su blog desde Perú, y así y podría rellenar una página entera de todos los malagueños que estamos fuera y a los que leemos porque nos acercan con un punto de vista muy malagueño esos rincones del mundo a los que (todavía) no tenemos acceso.
También he tenido la gran suerte de conocer a varios de mis compañeros de aventuras, algunos en Nueva York, como Antonio, que estuvo en Colombia unos meses; o David, que nos acerca Londres con ojos de boquerón, que estuvo de visita en NY y con el que quedé para un almuerzo demasiado cortito. A otros, los conocí este verano en Málaga: Lucas, que describe muy poéticamente su vida en Århus (¡cómo se nota que eres de Hipánicas!) y Susana, que nos cuenta su vida en Dubai.
Uno de los malagueños a los que sigo y que me hace reir muchísimo con sus comentarios, por agudos y porque el país al que se ha ido a vivir, Suiza, se lo pone en bandeja, más que nada por lo diferentes que somos los suizos y los malagueños, es Francisco Javier. Lleva ya años en Suiza, y por motivos de trabajo viaja muchísimo. Hace una semana estuvo de escala en Nueva York, y me llegó un correo de él, comentándomelo y me preguntaba si quería quedar para conocernos en persona. ¡Pues claro! Me leo tus aventuras cada vez que las cuelgas en la web y no paro de reirme (especialmente porque teníamos un amigo muy suizo en Brooklyn, y sí, es tal y como los describe Javier), ¿cómo vamos a perder esta oportunidad? Le contesto con un correo explicándole como llegar a casa desde el aeropuerto y quedamos que nos vemos el viernes, una vez pase inmigracion, aduanas, y sobreviva el trayecto en el A.
Llega el viernes, qué alegría voy a quedar con un colega en mi barrio. Para no variar en estos casos, se aplica la ley de Murphy: tras unos días estupendos, llueve a cántaros; Alaia decide que no va a pegar ojo en toda la mañana, y está trabajosilla, por no decir otra cosa. Suena el móvil, es Javier, que ha salido del aeropuerto y se va a coger el Airtrain. Perfecto, me da tiempo de recoger un poco la casa, que es como el mito de Sísifo, una vez que te crees que la tienes limpia, no sé cómo, está hecha un desastre otra vez. Encima, Alaia, que no ha querido dormir en toda la mañana, va y se queda frita justo cuando acabo de colgar el teléfono con Javier. Si te digo yo... Total, que pasa media hora, 45 minutos, casi una hora y sin noticias de Javier. ¿Se me habrá perdido el pobre en el sistema subterráneo de la ciudad de Nueva York? Igual debía haber intentado acercarme a recogerlo. La enana empieza a protestar en la cuna. Suena el móvil y es Javier, que acaba de salir del metro. Le digo que me espere allí (es que la casa está patas arriba, vaya fatiga, y encima tengo la nevera sin nada de nada, total, con lo poco doméstica que soy, ya había pensado en llevarle a algún sitio en el barrio a comer. Por favor, sin carne me dijo, porque en la América profunda lo único que le han ofrecido son chuletones y hamburguesas...). Salimos la enana y yo (y los que tenéis niños ya sabéis lo que se tarda en salir de casa: que si el cochecito (vivimos en un tercero (USA, segundo en España) sin ascensor), que si la bolsa de los pañales; que si el biberón; que si me he dejado algo en casa...
Total que ya por fin estamos equipadas la enana y yo y salimos de bulla y corriendo (qué alegría de cochecito, oiga) a recoger a Javier en la parada del metro. Igual hasta está de conversación con el homeless de turno (el de nuestra parada de metro tiene bastante arte). Al menos ha dejado de llover... Llego con la lengua fuera y me encuentro a un chico sacándole fotos a una ardilla. Pues sí, en Brooklyn hasta las ardillas son urbanas y se pasean por la jungla de asfalto como si nada. (No le comenté a Javier que hasta las ratas en NY tienen, lo que aquí le llaman attitude, y que no sé si la traducción exacta sería un par de pantalones, o que son un poco macarras, no vaya a ser que se me asuste. Me imagino que en Suiza este tipo de animales están mucho más controlados).
Nos dimos un abrazo y una sensación extraña, como si fuésemos amigos de hace siglos. Paseamos por Smith Street y acabamos en un thai, Em, con comidita sana y venga a hablar por los codos: de nuestra Málaga, de los motivos por los que la dejamos, de lo muchísimo que la echamos de menos, de nuestras respectivas familias (igual conoces a mi padre, que estudió Hispánicas... No me suena, ya que estudié, como solía bromear D. Cristóbal Cuevas, filologías inferiores) y de cómo hacemos para que nuestros niños conozcan y amen nuestra Málaga sin vivir en ella. Después de comer, subimos or Court Street a tomarnos un café en Marquet, una pastelería pequeñita y que tiene pinta de pastelería de la abuela o de decorado de Amélie Poulain, según como se mire, y que tiene el mejor pain au chocolat del barrio.
Se nos hace tarde y Javier tiene que volver a coger el metro para ir al aeropuerto. Le acompaño a Downtown Brooklyn para coger el A. Uff, espero que llegue bien porque hay 2 As, uno que va para Far Rockaway, y que pasa por JFK y otro que va para Lefferts Boulevard y que no te lleva al aeropuerto. Me apuesto lo que sea que seguro que tiene anécdota que contarnos.
La visita se me ha hecho súper corta. Parece mentira que dos boquerones que vivimos tan lejos de Málaga, hayamos hablando de nuestra ciudad mientras nos tomamos un café en Brooklyn. ¡Que se repita!
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