~Va fa Napoli, hipster~
Según me cuentan los nativos de esta ciudad, una característica innata del neoyorkino de pro (ya sea uno que ha nacido aquí o que se haya transplantado por circunstancias diversas) es que le encanta quejarse. Quejarse por todo y si no, señores, vean alguna película de Woody Allen, el más claro epítome de alguien que respira lo que es esta gran ciudad. Nos quejamos (y me incluyo porque, después de tantos años, algo se acaba pegando) del tiempo: en verano, que si hace mucho calor; en invierno, que si demasiado frío; de las colas para todo; de las prisas; de lo mal que conducen los taxistas; de lo lleno que va el metro; de lo caro que está todo; de los atascos en la ciudad; de los atascos en el metro; de los vecinos de arriba y de los de abajo, pero, dentro de todas estas quejas, siempre hay un algo inexplicable que no nos deja abandonar esta ciudad. Y si no, siempre que ves a un neoyorkino en una ciudad que no es la suya, lo reconocerás de inmediato, con esa mirada de que le falta aquello de lo que tanto se quejaba.
Una de las múltiples quejas que tienen lo que más tiempo llevan aquí es como ha cambiado el tejido social de esta ciudad. En concreto, suelen quejarse de una especie en particular, los hipsters, veiteañeros y treintañeros que en Nueva York suelen concentrarse en altas dosis en Williamsburg o en el Lower East Side, aunque los más New Yorkers opinan que están en todas partes. Definir a un hipster a alguien que no vive aquí, es casi como intentar definir a un cani o a una merdellona a alguien que no es de Málaga. Casi como aquella definición, sacada un poco de contexto, del juez del Tribunal Supremo Potter Stewart, que refiriéndose a la pornografía en el caso Jacobellis vs. Ohio, dijo que no podía definirla, pero que I know it when I see it (la reconozco cuando la veo).
A los hipsters se les define por una estética ochentera, a pesar de que nunca llegaron a habitar esa época, si acaso, sólo porque nacieron en los ochenta, porque si no, ¿cómo te explicas que quieran ponerse esas gafas de pasta que hacen que parezca que Manolito Gafotas ni siquiera las lleve puestas? A servidora, nacida antes de que muriese Franco, no le quedó más remedio que ponerse las dichosas gafas de pasta, porque si no, no vería tres en un burro, pero, ahora, señores, con la cantidad de gafas que hay, que te apetece ser miope sólo por ponértelas... ¡y se me plantan eso! También les gusta colocarse skinny jeans cuando no viene al caso y camisas tipo leñador, gastan un look descuidado que lleva muchas horas en conseguirse y un aire un poquillo andrógino que consiguen a base de flequillos y cortes de pelo similares para ambos sexos.
No creo que pueda describirlos en toda su intensidad ni tampoco lo que sienten por ellos lo que llevan más tiempo en esta ciudad. Si acaso, ofreceros un corto divertido, "Va fa Napoli, hipster" dirigido por Matt Weckel, uno de los chicos de Blue Barn Pictures, que logra describirlos bastante acertadamente porque, ya se sabe, que "una imagen vale más que mil palabras" y como un abuelete decide tomarse la justicia por su mano. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.
Según me cuentan los nativos de esta ciudad, una característica innata del neoyorkino de pro (ya sea uno que ha nacido aquí o que se haya transplantado por circunstancias diversas) es que le encanta quejarse. Quejarse por todo y si no, señores, vean alguna película de Woody Allen, el más claro epítome de alguien que respira lo que es esta gran ciudad. Nos quejamos (y me incluyo porque, después de tantos años, algo se acaba pegando) del tiempo: en verano, que si hace mucho calor; en invierno, que si demasiado frío; de las colas para todo; de las prisas; de lo mal que conducen los taxistas; de lo lleno que va el metro; de lo caro que está todo; de los atascos en la ciudad; de los atascos en el metro; de los vecinos de arriba y de los de abajo, pero, dentro de todas estas quejas, siempre hay un algo inexplicable que no nos deja abandonar esta ciudad. Y si no, siempre que ves a un neoyorkino en una ciudad que no es la suya, lo reconocerás de inmediato, con esa mirada de que le falta aquello de lo que tanto se quejaba.
Una de las múltiples quejas que tienen lo que más tiempo llevan aquí es como ha cambiado el tejido social de esta ciudad. En concreto, suelen quejarse de una especie en particular, los hipsters, veiteañeros y treintañeros que en Nueva York suelen concentrarse en altas dosis en Williamsburg o en el Lower East Side, aunque los más New Yorkers opinan que están en todas partes. Definir a un hipster a alguien que no vive aquí, es casi como intentar definir a un cani o a una merdellona a alguien que no es de Málaga. Casi como aquella definición, sacada un poco de contexto, del juez del Tribunal Supremo Potter Stewart, que refiriéndose a la pornografía en el caso Jacobellis vs. Ohio, dijo que no podía definirla, pero que I know it when I see it (la reconozco cuando la veo).
A los hipsters se les define por una estética ochentera, a pesar de que nunca llegaron a habitar esa época, si acaso, sólo porque nacieron en los ochenta, porque si no, ¿cómo te explicas que quieran ponerse esas gafas de pasta que hacen que parezca que Manolito Gafotas ni siquiera las lleve puestas? A servidora, nacida antes de que muriese Franco, no le quedó más remedio que ponerse las dichosas gafas de pasta, porque si no, no vería tres en un burro, pero, ahora, señores, con la cantidad de gafas que hay, que te apetece ser miope sólo por ponértelas... ¡y se me plantan eso! También les gusta colocarse skinny jeans cuando no viene al caso y camisas tipo leñador, gastan un look descuidado que lleva muchas horas en conseguirse y un aire un poquillo andrógino que consiguen a base de flequillos y cortes de pelo similares para ambos sexos.
No creo que pueda describirlos en toda su intensidad ni tampoco lo que sienten por ellos lo que llevan más tiempo en esta ciudad. Si acaso, ofreceros un corto divertido, "Va fa Napoli, hipster" dirigido por Matt Weckel, uno de los chicos de Blue Barn Pictures, que logra describirlos bastante acertadamente porque, ya se sabe, que "una imagen vale más que mil palabras" y como un abuelete decide tomarse la justicia por su mano. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.