Vaya con la caló en NY

martes, julio 21, 2009

~Málaga desde Brooklyn~

Ya se acabaron nuestras vacaciones. Y desde Brooklyn, me pongo a hacer repaso a mi breve estancia en nuestra Málaga y os dejo algunos recuerdos y algunas fotos que, para muchos, probablemente sean vuestro día a día.

En cierto modo, me sentí bastante guiri en casa (probablemente muchos penséis, tanto por las fotos como por los comentarios, que, realmente, ya no soy tan boquerona como era y que me he americanizado más de lo que quisiera). Es lo que tiene llevar tanto tiempo fuera y sí, aunque intento ir a Málaga por lo menos una vez al año, lo cierto es que ya no sé qué sitios tienen las mejores tapitas o qué chiringuito tiene el mejor pescaíto. Y ya ni contaros de bares... ¡con lo que salía una cuando era mocita! Así que para nuestro próximo viaje, me tendré que juntar con los amigos que viven Málaga, aquéllos que no sólo viven en Málaga, sino que se la conocen de cabo a rabo y que me refresquen esa Málaga que echo tanto de menos.

En este viaje no podían faltar:

-Visita al Sur, para conocer a los que se pegan la currada de contarnos las noticias y que nos han cedido este espacio para conocer a otros malagueños en el mundo. Fue una tarde estupenda: poder ver como funciona la rotativa y la edición digital, charlar con el personal, que nos trataron de lujo, y echar un rato con Susana, Lucas y con Antonio y Alba (a los que conocí en Nueva York).

-Antonio, el de las almendritas. No sabéis la ilusión que me hizo verle. Es uno de esos personajes entrañables, al que recuerdo con su cesto de mimbre, vendiendo almendras y gominolas con la alegría que le caracteriza. Nunca he hablado mucho con él, por corte, no sé, pero si algún día escribiese un libro, estoy segura de que Antonio sería uno de los personajes.


-Pescaíto en las playas de El Palo. Algunos sitios nos decepcionaron bastante. Menos mal que Manolo y María nos llevaron a su chiringuito favorito, el Bar Eva, en el que todo estaba estupendo y que nos trataron como si fuésemos de la familia. Para los que no lo conozcáis, está en el Paseo Marítimo de El Palo, pasado el ambulatorio, en la C/Playa del Chanquete. Si vais, decidle hola a Mari y a Juani de nuestra parte... (Seguro que se acuerdan de nosotros, porque David les estuvo dando la vara hasta que consiguió sacarles unas cuantas fotos).


Cada vez que veo una foto así, me entran unas ganas de comer espetos...

-El café de después de comer (con la solana y todo) en los bares de la playa de Pedregalejo. ¡Cómo me recuerda a las tardes de domingo cuando estaba en Malaga! Nos reuníamos allí y nos daban las mil. Me encantaba quedar con los amigos, sobre todo los domingos de invierno, tomarnos el café y ver la puesta de sol. Está bastante cambiado y La Chancla ya no es el sitio con aire surfero al que iba de jovencita, si no un hotel bastante apañao. Me alegro de que le hayan vuelto a poner La Chancla, porque creo recordar que durante una temporada se llamaba Cohiba Hotel. Demasiado caribeño para Pedrega. Quedé con mi amiga Gertru a desayunar allí una mañana y es un lujazo tomarte un café con hielo y una catalana mientras ves el mar con buena compañía. Los brunches de por aquí se quedan cortos...

-El Centro de Arte Contemporáneo. Tenía muchas ganas de ver este museo y las instalaciones de Jack Pierson nos gustaron muchísimo. También me encantó ver un cuadro de ésos de niña medio mosqueada de Yoshitomo Nara en la colección permanente y una fotografía impresionante de la artista mallorquina Susy Gómez.


Alaia a la puerta del CAC.

-Blanco y negro de vainilla (para David) y de turrón (para mí) mientras me pongo al día con mis amigas en la Heladería Santa Gema. Algo que tampoco tienen por aquí. Me recuerda a noches largas de verano, en las que las voces de la gente charlando se pierden en el olor de las biznagas.


-Vinitos en la Casa de Guardia. Me recuerdan a feria del centro, y siempre que voy a Málaga es parada obligada.


Y para rematar, me compré un libro que me llamó la atención: Mala Málaga, una colección de 13 + 1 relatos cortos sobre la Málaga más oscura. Ahora que vuelvo a trabajar tras mi baja, es el libro que me hace compañía en el metro y su sentido del humor y su ironía no pueden evitar que me ponga una sonrisa en la cara a pesar de estra apretujada como una sardina... o un boquerón.

miércoles, julio 08, 2009

~Mi infancia son recuerdos...~

... y no de un patio de Sevilla, como escribiera nuestro insigne poeta, Antonio Machado. Llevo una semana disfrutando de mi Málaga con David y con Alaia. Me vienen muchos recuerdos, y a veces creo que la memoria me falla (no es de extrañar, entre mi despiste y que me da la sensación que desde que he tenido a Alaia, tengo el cerebro reblandecío) o tal vez el paso del tiempo haya creado una neblina en mi imaginación y descubro que muchas de las cosas de mi Málaga no son tal y como yo las recordaba.

Como explicó un catedrático de literatura afroamericana en una de sus clases en Williams (he tratado de acordarme del nombre de este catedrático, pero, repito, la memoria me falla y la pechá de años que han pasado tampoco ayudan), los inmigrantes (grupo en el que me incluyo) somos aquéllos que acabamos viviendo en tierra de nadie: por un lado no acabamos de pertenecer del todo a la sociedad que nos acoge: nos integramos; aprendemos el idioma, la cultura, las costumbres; acabamos, en muchos casos, formando familias en este nuevo hogar; pero no acabamos de encajar: por muy bien que hablemos el idioma, no le acabamos de coger todos los matices; por muy estupendamente que nos vaya en nuestra ciudad adoptiva, nunca es como la nuestra; por mucho que te intente explicar la gente de tu quinta su juventud, los programas de la tele que veían o lo que comían de pequeños, no lo acabas de entender del todo y bueno, ponte tú a explicarles a ellos lo que hacías de tú de chico, a lo que jugabas o lo que era la merienda, por poner un ejemplo.

En muchos casos (yo creo que en la mayoría), los inmigrantes no vamos con la idea de quedarnos para siempre en el puerto de destino. Algunos hasta prueban diferentes puertos antes de quedarse en el destino final. Es un viaje temporal: vamos a probar suerte, a ver qué pasa, a vivir nuevas experiencias y luego, nos vamos a volver a casa. O al menos, eso es lo que nos creemos. Y entonces pasa el tiempo: un año, y aún no es el momento de volver a casa; otro, y andas liado en otra cosa; para cuando el inmigrante se quiere dar cuenta, han pasado una pila de años, ha hecho su vida en otro sitio que, probablemente, tenga muy poco que ver con su ciudad de origen. Puede ser que hasta tenga una familia y al final, decide quedarse en su "otra" casa.

Sin embargo, el inmigrante añora su casa, y con el paso del tiempo, tampoco pertenece a la misma (según este catedrático). Su ciudad de origen, su barrio de toda la vida, sus amigos del alma evolucionan a un ritmo distinto al de la vida del inmigrante. A esto hay que añadirle el filtro que la nostalgia coloca en la memoria del inmigrante: cómo recuerda su barrio para adaptarse al nuevo barrio que le acoge; los recuerdos de su ciudad para sobrevivir una ciudad nueva y que inicialmente puede parecerle hostil; el clima de casa, para aclimatarse a su nuevo hogar.

El inmigrante vuelve a casa de visita, pensando que va a encontrarse con lo que dejó meses, años atrás: el mismo kiosko; las mismas tapas; la misma gente... y se encuentra con que, con el paso del tiempo, esos referentes han cambiado. Algunos son los mismos; otros, no tanto.

Me viene a la cabeza esta clase de hace años porque he vuelto a mi Málaga y me doy cuenta de lo muchísimo que ha cambiado mi ciudad y de que hay cosas que por mucho que intente explicárselas a David o a Alaia (en el futuro) nunca, nunca, las van a poder comprender. Me sorprendo con las cosas nuevas que veo y me decepciono con las que pensaba recordar de cierta manera y ahora no son como eran (o, mejor dicho, como las recordaba).

De las cosas que recuerdo que aún siguen igual a como las recordaba hace 10 años (que son los que llevo en Nueva York) están el olor a sal cuando vas por el Paseo Marítimo; el sonido de fondo de las voces de la gente en las noches de verano, charlando en Santa Gema, que siempre me recuerda a noches de verano y las puestas de sol en la bahía de Málaga, que son irrepetibles.

Hace un ratito, a las 4.45am (¿quién me diría a mí hace un par de años que me levantaría esas horas? ¡Si esas son las horas en las que una llegaba a casa a acostarse!), Alaia me ha despertado y nos hemos sentado las dos al lado de la terraza de casa de mi madre, con la luna llena reflejándose en el mar; el olor a sal y el sonido de fondo de los grillos y algún coche perdido en la carreterilla de la playa. Y me he dado cuenta de lo mucho que voy a tener que contarle sobre Málaga cuando volvamos a Brooklyn.