~Y yo con estos pelos~
La verdad es que con mi hija estoy descubriendo esta ciudad de otra manera. Y no sólo porque ahora una se fija en qué sitios son child friendly y piensa lo mal montada que está esta ciudad a la hora de encontrar una parada de metro con ascensor para poder subir y bajar el carrito, la niña, la bolsa, los pañales, el muñeco y un largo etcétera que solemos llevar los padres, sin dejarte los riñones por el camino; sino también porque ahora que la peque ha empezado a caminar, me lleva con ella de paseo y he descubierto un par de sitios que si a ella no se le hubiese ocurrido pararse y mirar, a mí en la vida se me hubiese ocurrido entrar.
Hará ya bastantes semanas quedamos con mi primo y un amigo suyo para ir a cenar en Chinatown. Hacía tiempo que no íbamos y como el amigo de mi primo vive allí, nos iba a llevar a un sitio nuevo. Hmmmm... qué ganas de comida china. Acabamos en un sitio en el que nunca hubiese entrado, Shanghai Café, más que nada porque está en Mott Street y casi siempre acabamos yendo a comer a la zona de East Broadway cuando vamos a por comida china, ya que es una zona menos turística. Total, que entramos en el sitio (fundamental ir con alguien que hable mandarín o cantonés. Sí, entienden y hablan inglés pero, como en la mayoría de los restaurantes de Chinatown, me da la sensación de que se come mejor si vas con alguien que domine el menú y el idioma). Nos sentamos para pedir y claro, la peque, al ratillo se nos pone nerviosilla y con ganas de darse una vuelta.
Así que, primer turno, una que sale con la enana a pasear por Mott Street. Vamos calle arriba, calle abajo, pasando un rato hasta que nos sirvan la cena. Pasamos por delante de puestos de verdura, restaurantes con colas de sábado noche, tiendas tipo todo a cien y una peluquería... de lo más moderno, oiga. Nada, que sigo subiendo la calle cuando noto que esta pequeñaja que apenas pesa 10 kilos, me tira de la mano y me hace pararme en el escaparate de la peluquería. Pues empezamos pronto... Y como la puerta está abierta le da por entrar, y una detrás. La recepcionista me saluda. Una con sonrisa de compromiso mira a la niña, nada, que la niña quería entrar. Mientras tanto, la niña se dedica a bailar al son de la música y los peluqueros que están de descanso se parten de risa. Bueno, niña, que nos vamos. Cojo una lista de precios impresa en un fondo negro con letras (y carácteres chinos) en blanco y en rosa, de lo más design, un poco por hacer el paripé, porque una ya tiene peluquera en Brooklyn y bien sabéis que una vez que topas con un peluquero que te gusta... no cambias salvo por circunstancias de causa mayor.
Salimos de la peluquería y volvemos al restaurante. Comemos un poco (el padre es el que sale a darse el paseo ahora) y al ratillo nos toca volver a salir a pasear por Mott Street y, claro, volvemos a pasar por la peluquería que ahora ya están casi cerrando y a la que mi hija quiere volver a entrar. Esta vez me fijo un poco más. Se ve limpia y muy moderna. Espaciosa, con líneas simples y combinación de elementos blancos, rojos y negros, y con una iluminación decente, no los fluorescentes típicos de esta zona de Manhattan.
Me fijo en el grupillo de peluqueros que están fuera fumándose un pitillo. Por un momento me parece ver un grupo de chicos que tocan en una banda alternativa de Beijing más que a un grupo de peluqueros en un momento de descanso: Dr. Martens, pelos de colores imposibles, gafas de pasta y skinny jeans. Si no fuese porque son chinos, casi que los tidaría de hipsters. Total, que volvemos al restaurante y me olvido de la peluquería totalmente.
Pasan unos días y en uno de esos momentos de desesperación por no encotrar las llaves en el bolso, lo vacío y me encuentro con la lista de precios que me llevé aquella noche de sábado porque a mi hija (que no tiene edad de ir a la pelu) le dio por entrar en una peluquería de Chinatown, que se llama Mess (traducción: caos, desorden). Vaya, lavar, cortar y peinar $25.00. ¡Esto está tirado! Uff, me encanta mi peluquera de Brooklyn que, además, para los precios que se oyen, encima, no está nada mal, pero... entre $60.00 de mi peluquera (más la propina) y $25.00... No sé, como que tengo que probarlo. ¿Qué es lo peor que puede pasarme? Que me corten el pelo fatal, que me entre una depresión durante una semana y vaya con el pelo escondido bajo una gorra y que no vuelva a ir. Me lo pienso y me lo vuelvo a pensar. Miro los comentarios de los usuarios en yelp (esto del boca a boca internáutico es un gran avance de la humanidad) y no lo ponen del todo mal. Comentarios del tipo: "llévate foto" o "cortar, sí; alisarte el pelo, no" me dan una pista sobre qué puedo esperarme.
Al final, una se arma de valor, convence a una amiga que también quería cortarse el pelo y allá que nos presentamos un sábado por la mañana (yo, con un montón de fotos de cortes que me parecían interesantes). Nada más llegar uno de estos chicos modernillos me pone una bata y me lava la cabeza. ¡Qué relax! Les oigo hablar entre ellos en mandarín y me entero de algo (del fin de semana, de un amigo de Beijing, pero no pillo mucho más). Después de un lavado de pelo tipo anuncio, que un poco más y me quedo dormida, me pasan a la zona de corte de pelo y me sientan en una butaca de cuero negra. Me siento chica L'Oréal, "porque yo lo valgo". Llega el stylist que me han asignado, un chico chino, serio, con pelo largo de dos colores, camisa color salmón, Levi's del mismo tono, una corbata finita azul marino y roja y las Martens. De la cintura, como si fuese la funda de un pistolero del lejano oeste, le cuelga un bolsito de cuero con las tijeras, la navaja, horquillas, pinzas y peines de diversos tamaños. Nos miramos y le explico que quiero cortarme el pelo, y bastante (hombre, ya que estamos... Soy del tipo todo o nada). Me mira el pelo mojado. Silencio.... Hmmm... Por cierto, le he traído algunas fotos para que se haga una idea de lo que quiero. Le saco un tocho de recortes de revistas varias, en las que sí, hay un denominador común: pelo corto, pero poco más. Se queda mirándolas muy serio. Hmmm... Layers (capas), me dice. Pues sí. Dios mío, ahora me empieza a entrar el ataque de pánico. Sí, quiero capas, pero esta parquedad de palabras no me da muy buena espina. Cierro los ojos y pienso, bueno, de perdidos al río. Total, son sólo $25.00. Mi stylist saca tijera, se sienta en una sillita detrás de mi butacón de cuero y empieza a cortar. No dice mucho. De vez en cuando echa un vistazo a los recortes de las revistas y sigue cortando en silencio. En el espejo delante de mí veo a un chico muy concentrado metiendo tijeretazos y mechones de pelo que vuelan y caen al suelo a cámara lenta. Pasa casi una hora y es el momento de secar el pelo. Me quedo alucinada. Ha dado en el clavo. ¡¡¡Me encanta mi nuevo look!!! Voy a la recepcionista para pagar y vuelvo a donde el peluquero para dejarle su (muy) merecida propina. Mi peluquero me sonríe y me pasa su tarjeta. Estilosa, negra, con tipografía en blanco y el carácter 亂 (caos, desorden) en rojo. Me fijo en su nombre y no puedo dejar de sonreir. Es un chico chino y se llama Anfield, como el estadio del Liverpool. (De su nombre chino, mi mijita).
No sé si jugará al fútbol o no, pero lo que es cortar el pelo con estilo, lo hace la mar de bien. Como diría Rick en Casablanca: Louis, I think this is the beginning of a beautiful friendship (En mi caso, Anfield, creo que éste es el comienzo de una gran amistad). Y ya sabemos que con un buen peluquer@, es algo fundamental.
Mess
106 Mott Street
New York, NY 10013
Tel: (212) 966-3866
La verdad es que con mi hija estoy descubriendo esta ciudad de otra manera. Y no sólo porque ahora una se fija en qué sitios son child friendly y piensa lo mal montada que está esta ciudad a la hora de encontrar una parada de metro con ascensor para poder subir y bajar el carrito, la niña, la bolsa, los pañales, el muñeco y un largo etcétera que solemos llevar los padres, sin dejarte los riñones por el camino; sino también porque ahora que la peque ha empezado a caminar, me lleva con ella de paseo y he descubierto un par de sitios que si a ella no se le hubiese ocurrido pararse y mirar, a mí en la vida se me hubiese ocurrido entrar.
Hará ya bastantes semanas quedamos con mi primo y un amigo suyo para ir a cenar en Chinatown. Hacía tiempo que no íbamos y como el amigo de mi primo vive allí, nos iba a llevar a un sitio nuevo. Hmmmm... qué ganas de comida china. Acabamos en un sitio en el que nunca hubiese entrado, Shanghai Café, más que nada porque está en Mott Street y casi siempre acabamos yendo a comer a la zona de East Broadway cuando vamos a por comida china, ya que es una zona menos turística. Total, que entramos en el sitio (fundamental ir con alguien que hable mandarín o cantonés. Sí, entienden y hablan inglés pero, como en la mayoría de los restaurantes de Chinatown, me da la sensación de que se come mejor si vas con alguien que domine el menú y el idioma). Nos sentamos para pedir y claro, la peque, al ratillo se nos pone nerviosilla y con ganas de darse una vuelta.
Así que, primer turno, una que sale con la enana a pasear por Mott Street. Vamos calle arriba, calle abajo, pasando un rato hasta que nos sirvan la cena. Pasamos por delante de puestos de verdura, restaurantes con colas de sábado noche, tiendas tipo todo a cien y una peluquería... de lo más moderno, oiga. Nada, que sigo subiendo la calle cuando noto que esta pequeñaja que apenas pesa 10 kilos, me tira de la mano y me hace pararme en el escaparate de la peluquería. Pues empezamos pronto... Y como la puerta está abierta le da por entrar, y una detrás. La recepcionista me saluda. Una con sonrisa de compromiso mira a la niña, nada, que la niña quería entrar. Mientras tanto, la niña se dedica a bailar al son de la música y los peluqueros que están de descanso se parten de risa. Bueno, niña, que nos vamos. Cojo una lista de precios impresa en un fondo negro con letras (y carácteres chinos) en blanco y en rosa, de lo más design, un poco por hacer el paripé, porque una ya tiene peluquera en Brooklyn y bien sabéis que una vez que topas con un peluquero que te gusta... no cambias salvo por circunstancias de causa mayor.
Salimos de la peluquería y volvemos al restaurante. Comemos un poco (el padre es el que sale a darse el paseo ahora) y al ratillo nos toca volver a salir a pasear por Mott Street y, claro, volvemos a pasar por la peluquería que ahora ya están casi cerrando y a la que mi hija quiere volver a entrar. Esta vez me fijo un poco más. Se ve limpia y muy moderna. Espaciosa, con líneas simples y combinación de elementos blancos, rojos y negros, y con una iluminación decente, no los fluorescentes típicos de esta zona de Manhattan.
Me fijo en el grupillo de peluqueros que están fuera fumándose un pitillo. Por un momento me parece ver un grupo de chicos que tocan en una banda alternativa de Beijing más que a un grupo de peluqueros en un momento de descanso: Dr. Martens, pelos de colores imposibles, gafas de pasta y skinny jeans. Si no fuese porque son chinos, casi que los tidaría de hipsters. Total, que volvemos al restaurante y me olvido de la peluquería totalmente.
Pasan unos días y en uno de esos momentos de desesperación por no encotrar las llaves en el bolso, lo vacío y me encuentro con la lista de precios que me llevé aquella noche de sábado porque a mi hija (que no tiene edad de ir a la pelu) le dio por entrar en una peluquería de Chinatown, que se llama Mess (traducción: caos, desorden). Vaya, lavar, cortar y peinar $25.00. ¡Esto está tirado! Uff, me encanta mi peluquera de Brooklyn que, además, para los precios que se oyen, encima, no está nada mal, pero... entre $60.00 de mi peluquera (más la propina) y $25.00... No sé, como que tengo que probarlo. ¿Qué es lo peor que puede pasarme? Que me corten el pelo fatal, que me entre una depresión durante una semana y vaya con el pelo escondido bajo una gorra y que no vuelva a ir. Me lo pienso y me lo vuelvo a pensar. Miro los comentarios de los usuarios en yelp (esto del boca a boca internáutico es un gran avance de la humanidad) y no lo ponen del todo mal. Comentarios del tipo: "llévate foto" o "cortar, sí; alisarte el pelo, no" me dan una pista sobre qué puedo esperarme.
Al final, una se arma de valor, convence a una amiga que también quería cortarse el pelo y allá que nos presentamos un sábado por la mañana (yo, con un montón de fotos de cortes que me parecían interesantes). Nada más llegar uno de estos chicos modernillos me pone una bata y me lava la cabeza. ¡Qué relax! Les oigo hablar entre ellos en mandarín y me entero de algo (del fin de semana, de un amigo de Beijing, pero no pillo mucho más). Después de un lavado de pelo tipo anuncio, que un poco más y me quedo dormida, me pasan a la zona de corte de pelo y me sientan en una butaca de cuero negra. Me siento chica L'Oréal, "porque yo lo valgo". Llega el stylist que me han asignado, un chico chino, serio, con pelo largo de dos colores, camisa color salmón, Levi's del mismo tono, una corbata finita azul marino y roja y las Martens. De la cintura, como si fuese la funda de un pistolero del lejano oeste, le cuelga un bolsito de cuero con las tijeras, la navaja, horquillas, pinzas y peines de diversos tamaños. Nos miramos y le explico que quiero cortarme el pelo, y bastante (hombre, ya que estamos... Soy del tipo todo o nada). Me mira el pelo mojado. Silencio.... Hmmm... Por cierto, le he traído algunas fotos para que se haga una idea de lo que quiero. Le saco un tocho de recortes de revistas varias, en las que sí, hay un denominador común: pelo corto, pero poco más. Se queda mirándolas muy serio. Hmmm... Layers (capas), me dice. Pues sí. Dios mío, ahora me empieza a entrar el ataque de pánico. Sí, quiero capas, pero esta parquedad de palabras no me da muy buena espina. Cierro los ojos y pienso, bueno, de perdidos al río. Total, son sólo $25.00. Mi stylist saca tijera, se sienta en una sillita detrás de mi butacón de cuero y empieza a cortar. No dice mucho. De vez en cuando echa un vistazo a los recortes de las revistas y sigue cortando en silencio. En el espejo delante de mí veo a un chico muy concentrado metiendo tijeretazos y mechones de pelo que vuelan y caen al suelo a cámara lenta. Pasa casi una hora y es el momento de secar el pelo. Me quedo alucinada. Ha dado en el clavo. ¡¡¡Me encanta mi nuevo look!!! Voy a la recepcionista para pagar y vuelvo a donde el peluquero para dejarle su (muy) merecida propina. Mi peluquero me sonríe y me pasa su tarjeta. Estilosa, negra, con tipografía en blanco y el carácter 亂 (caos, desorden) en rojo. Me fijo en su nombre y no puedo dejar de sonreir. Es un chico chino y se llama Anfield, como el estadio del Liverpool. (De su nombre chino, mi mijita).
No sé si jugará al fútbol o no, pero lo que es cortar el pelo con estilo, lo hace la mar de bien. Como diría Rick en Casablanca: Louis, I think this is the beginning of a beautiful friendship (En mi caso, Anfield, creo que éste es el comienzo de una gran amistad). Y ya sabemos que con un buen peluquer@, es algo fundamental.
Mess
106 Mott Street
New York, NY 10013
Tel: (212) 966-3866