~Cámara, acción~
Habiendo elegido estudiar letras puras, la verdad es que en mi juventud, poco me importaban las probabilidades y las estadísticas. Era algo prosaico y anodino que no me interesaba lo más mínimo (aparte de no dárseme bien). A medida que una se va haciendo mayor, se va dando cuenta de que sí, que las probabilidades forman parte de nuestra vida diaria de un modo invisible, pero están ahí casi forjando nuestras vidas que bien podrían ser totalmente distintas, dependiendo de eso, de las probabilidades de que pase una cosa u otra.
Hoy pienso en esto, porque parece ser que las probabilidades de que una duerma bien en Nueva York disminuyen a medida que otras variables aumentan: a medida que mi pequeña se hace mayor, más se levanta en mitad de la noche con ganas de cachondeo; cuanto más calor hace, parece que el aire acondicionado funciona peor y que a la gente le da por salir a tomar el fresquito en mitad de la madrugada... Y podría seguir así con una retahíla de quejas inútiles, parte de lo que es vivir en una gran ciudad.
Últimamente me sorprende el hecho de que las probabilidades más remotas, acaban sucediendo como si fuese una conspiración cósmica para que una no duerma y piense que la mejor obra literaria de los últimos tiempos es el "cuento" (para adultos) de Adam Mansbach, Go the F**ck to Sleep.
Por ejemplo, ¿cuáles son las probabilidades de que el repartidor de la compra de Fresh Direct venga entre las 8-10 de la noche? Probabilidades elevadas si vives en Nueva York, trabajas hasta tarde y no tienes portero que pueda recoger la compra. ¿Probabilidades de que aparque bajo tu ventana? Bastante inferiores, vamos casi las mismas que las que tienes para que te toque la bono-loto, porque en tu barrio apenas hay aparcamiento. Pues va el tío y encuentra aparcamiento. ¿Y que se esté escaqueando y deje a su compañero que haga todo el curre, mientras habla a grito pelado con un amigo por el móvil y te enteres de toda la movida entre el susodicho repartidor, su hermana y el novio de ésta? ¿Y que encima te pique la curiosidad y quieras saber que es lo que pasó?
Pero lo que nos sucedió ayer fue poner las leyes de probablilidad al límite: ¿Qué probabilidad hay de que en una calle cualquiera, una calle sin nombre, casi, como diría la canción de Ismael Serrano, en una casa de lo más normalito, se esté rodando una película independiente (sé que era una independiente por el tipo de focos que estaban utilizando, me lo dijo David, que es un experto en estas cosas)? ¿Y las probabilidades de que esa casa esté justo enfrente de la tuya?
Pues sí, anoche, pasada media noche, se dedicaron a rodar una escena exterior en la que el actor le decía a la actriz a grito pelado y de malas maneras que se metiera en casa. Lo malo era o que bien el actor no se sabía el guión bien (porque lo que era la proyección vocal, lo hacía de maravilla) o bien no era lo suficientemente convincente por lo que a cada rato oíamos el conocido: Action!!! Y vuelta a repetir la diatriba contra la actriz.
Hubo un momento, después de escucharles unas siete veces, que me entraron ganas de gritar por la ventana, al mas puro estilo malagueño: ¡¡¡¡Niiiiiiiñaaaaa, métete ya en la casa y déjanos dormir a los demás!!!! ¡¡Que como me despiertes a la niña, te puedo asegurar que te vas a meter en la casa echando virutas!!
Estos americanos no saben lo que se pierden con no tener patios de vecinos con los que compartes el color de las sábanas y el olor del detergente con los trucos de como te quede mejor el gazpacho, las salidas y las entradas de la niña de la vecina del quinto o como la vecina del tercero tiene problemas para que su Andreíta se coma el pollo.
Mientras recordaba esos momentos, tan malagueños, para qué negarlo, me vino a la mente un par de vecinos que teníamos en la calle en la que vivíamos antes. Es el callejoncillo del que ya os he hablado en alguna ocasión. Una bocacalle pequeñita con unas 10 casitas a cada lado y en la que todos los vecinos nos conocíamos y éramos más o menos amigos. Un día se mudó una familia, a primera vista como cualquier otra, a la calle: matrimonio con tres hijos, uno de ellos de edad univeristaria, vivía fuera de casa, y los otros dos, más pequeños, se pasaban el día jugando en la calle. Lo interesante de esta familia eran las broncas descomunales que tenían y que compartíamos sin querer el resto de los vecinos.
El padre, apodado Johnny the Arab, era un árabe delgado y nervioso, de tez aceitunada, con un bigotito fino, fumador empedernido y con el pelo enfijatado tó echao p'atrás. Siempre aseado, pero con ropa sport, vamos, la versión neoyokina de llevar puesta siempre una camiseta del Málaga, se hacía pasar por italo-americano y hablaba moviendo las manos con gestos exagerados, tratando de aparentar que era una versión más moderna (y un poco más modesta, la verdad sea dicha) de Don Vito Corleone.
Ella, llamada acertadamente Dolores, era extremadamente delgada y nerviosa. Fumadora compulsiva de Parliaments 100 Light (cigarrillos extra largos) y maquillaje exagerado aunque no saliese de casa, tenía la voz cascada no de vieja gloria de la canción, si no más bien de haber pasado muchas noches en vela fumando sin parar.
Los insultos que se lanzaban el uno al otro parecían más bien escritos por algún guionista retorcido de una comedia de situación. Imposible que a otros se nos ocurriesen burradas de ese calibre (al menos para la puritana mentalidad anglosajona. Me imagino que sería toda esa pasión mediterránea que tenían) y todo para verlos al día siguiente como dos tortolitos y como si aquí no hubiese pasado nada. La imaginación de sus insultos se convirtió en la comidilla del callejón, y no había día en el que no llegase un vecino con la repetición de la jugada de la última bronca.ue
Johnny murió hará un par de años, sin hígado, pero acompañado por su mujer. La calle en la que vivíamos ya no es lo que era. Ya nadie se conoce y no se hacen fiestas. Se ha vuelto en una de esas calles monas, pero sin personalidad.
Lo que sí que puedo deciros es que si los protagonistas de la escena de anoche hubiesen sido Johnny y Dolores, se hubiese rodado en una sola toma. Y al día siguiente la hubiesemos comentado todos los vecinos.
Habiendo elegido estudiar letras puras, la verdad es que en mi juventud, poco me importaban las probabilidades y las estadísticas. Era algo prosaico y anodino que no me interesaba lo más mínimo (aparte de no dárseme bien). A medida que una se va haciendo mayor, se va dando cuenta de que sí, que las probabilidades forman parte de nuestra vida diaria de un modo invisible, pero están ahí casi forjando nuestras vidas que bien podrían ser totalmente distintas, dependiendo de eso, de las probabilidades de que pase una cosa u otra.
Hoy pienso en esto, porque parece ser que las probabilidades de que una duerma bien en Nueva York disminuyen a medida que otras variables aumentan: a medida que mi pequeña se hace mayor, más se levanta en mitad de la noche con ganas de cachondeo; cuanto más calor hace, parece que el aire acondicionado funciona peor y que a la gente le da por salir a tomar el fresquito en mitad de la madrugada... Y podría seguir así con una retahíla de quejas inútiles, parte de lo que es vivir en una gran ciudad.
Últimamente me sorprende el hecho de que las probabilidades más remotas, acaban sucediendo como si fuese una conspiración cósmica para que una no duerma y piense que la mejor obra literaria de los últimos tiempos es el "cuento" (para adultos) de Adam Mansbach, Go the F**ck to Sleep.
Por ejemplo, ¿cuáles son las probabilidades de que el repartidor de la compra de Fresh Direct venga entre las 8-10 de la noche? Probabilidades elevadas si vives en Nueva York, trabajas hasta tarde y no tienes portero que pueda recoger la compra. ¿Probabilidades de que aparque bajo tu ventana? Bastante inferiores, vamos casi las mismas que las que tienes para que te toque la bono-loto, porque en tu barrio apenas hay aparcamiento. Pues va el tío y encuentra aparcamiento. ¿Y que se esté escaqueando y deje a su compañero que haga todo el curre, mientras habla a grito pelado con un amigo por el móvil y te enteres de toda la movida entre el susodicho repartidor, su hermana y el novio de ésta? ¿Y que encima te pique la curiosidad y quieras saber que es lo que pasó?
Pero lo que nos sucedió ayer fue poner las leyes de probablilidad al límite: ¿Qué probabilidad hay de que en una calle cualquiera, una calle sin nombre, casi, como diría la canción de Ismael Serrano, en una casa de lo más normalito, se esté rodando una película independiente (sé que era una independiente por el tipo de focos que estaban utilizando, me lo dijo David, que es un experto en estas cosas)? ¿Y las probabilidades de que esa casa esté justo enfrente de la tuya?
Pues sí, anoche, pasada media noche, se dedicaron a rodar una escena exterior en la que el actor le decía a la actriz a grito pelado y de malas maneras que se metiera en casa. Lo malo era o que bien el actor no se sabía el guión bien (porque lo que era la proyección vocal, lo hacía de maravilla) o bien no era lo suficientemente convincente por lo que a cada rato oíamos el conocido: Action!!! Y vuelta a repetir la diatriba contra la actriz.
Hubo un momento, después de escucharles unas siete veces, que me entraron ganas de gritar por la ventana, al mas puro estilo malagueño: ¡¡¡¡Niiiiiiiñaaaaa, métete ya en la casa y déjanos dormir a los demás!!!! ¡¡Que como me despiertes a la niña, te puedo asegurar que te vas a meter en la casa echando virutas!!
Estos americanos no saben lo que se pierden con no tener patios de vecinos con los que compartes el color de las sábanas y el olor del detergente con los trucos de como te quede mejor el gazpacho, las salidas y las entradas de la niña de la vecina del quinto o como la vecina del tercero tiene problemas para que su Andreíta se coma el pollo.
Mientras recordaba esos momentos, tan malagueños, para qué negarlo, me vino a la mente un par de vecinos que teníamos en la calle en la que vivíamos antes. Es el callejoncillo del que ya os he hablado en alguna ocasión. Una bocacalle pequeñita con unas 10 casitas a cada lado y en la que todos los vecinos nos conocíamos y éramos más o menos amigos. Un día se mudó una familia, a primera vista como cualquier otra, a la calle: matrimonio con tres hijos, uno de ellos de edad univeristaria, vivía fuera de casa, y los otros dos, más pequeños, se pasaban el día jugando en la calle. Lo interesante de esta familia eran las broncas descomunales que tenían y que compartíamos sin querer el resto de los vecinos.
El padre, apodado Johnny the Arab, era un árabe delgado y nervioso, de tez aceitunada, con un bigotito fino, fumador empedernido y con el pelo enfijatado tó echao p'atrás. Siempre aseado, pero con ropa sport, vamos, la versión neoyokina de llevar puesta siempre una camiseta del Málaga, se hacía pasar por italo-americano y hablaba moviendo las manos con gestos exagerados, tratando de aparentar que era una versión más moderna (y un poco más modesta, la verdad sea dicha) de Don Vito Corleone.
Ella, llamada acertadamente Dolores, era extremadamente delgada y nerviosa. Fumadora compulsiva de Parliaments 100 Light (cigarrillos extra largos) y maquillaje exagerado aunque no saliese de casa, tenía la voz cascada no de vieja gloria de la canción, si no más bien de haber pasado muchas noches en vela fumando sin parar.
Los insultos que se lanzaban el uno al otro parecían más bien escritos por algún guionista retorcido de una comedia de situación. Imposible que a otros se nos ocurriesen burradas de ese calibre (al menos para la puritana mentalidad anglosajona. Me imagino que sería toda esa pasión mediterránea que tenían) y todo para verlos al día siguiente como dos tortolitos y como si aquí no hubiese pasado nada. La imaginación de sus insultos se convirtió en la comidilla del callejón, y no había día en el que no llegase un vecino con la repetición de la jugada de la última bronca.ue
Johnny murió hará un par de años, sin hígado, pero acompañado por su mujer. La calle en la que vivíamos ya no es lo que era. Ya nadie se conoce y no se hacen fiestas. Se ha vuelto en una de esas calles monas, pero sin personalidad.
Lo que sí que puedo deciros es que si los protagonistas de la escena de anoche hubiesen sido Johnny y Dolores, se hubiese rodado en una sola toma. Y al día siguiente la hubiesemos comentado todos los vecinos.