~Málaga desde Brooklyn~
Ya se acabaron nuestras vacaciones. Y desde Brooklyn, me pongo a hacer repaso a mi breve estancia en nuestra Málaga y os dejo algunos recuerdos y algunas fotos que, para muchos, probablemente sean vuestro día a día.
En cierto modo, me sentí bastante guiri en casa (probablemente muchos penséis, tanto por las fotos como por los comentarios, que, realmente, ya no soy tan boquerona como era y que me he americanizado más de lo que quisiera). Es lo que tiene llevar tanto tiempo fuera y sí, aunque intento ir a Málaga por lo menos una vez al año, lo cierto es que ya no sé qué sitios tienen las mejores tapitas o qué chiringuito tiene el mejor pescaíto. Y ya ni contaros de bares... ¡con lo que salía una cuando era mocita! Así que para nuestro próximo viaje, me tendré que juntar con los amigos que viven Málaga, aquéllos que no sólo viven en Málaga, sino que se la conocen de cabo a rabo y que me refresquen esa Málaga que echo tanto de menos.
En este viaje no podían faltar:
-Visita al Sur, para conocer a los que se pegan la currada de contarnos las noticias y que nos han cedido este espacio para conocer a otros malagueños en el mundo. Fue una tarde estupenda: poder ver como funciona la rotativa y la edición digital, charlar con el personal, que nos trataron de lujo, y echar un rato con Susana, Lucas y con Antonio y Alba (a los que conocí en Nueva York).
-Antonio, el de las almendritas. No sabéis la ilusión que me hizo verle. Es uno de esos personajes entrañables, al que recuerdo con su cesto de mimbre, vendiendo almendras y gominolas con la alegría que le caracteriza. Nunca he hablado mucho con él, por corte, no sé, pero si algún día escribiese un libro, estoy segura de que Antonio sería uno de los personajes.
-Pescaíto en las playas de El Palo. Algunos sitios nos decepcionaron bastante. Menos mal que Manolo y María nos llevaron a su chiringuito favorito, el Bar Eva, en el que todo estaba estupendo y que nos trataron como si fuésemos de la familia. Para los que no lo conozcáis, está en el Paseo Marítimo de El Palo, pasado el ambulatorio, en la C/Playa del Chanquete. Si vais, decidle hola a Mari y a Juani de nuestra parte... (Seguro que se acuerdan de nosotros, porque David les estuvo dando la vara hasta que consiguió sacarles unas cuantas fotos).
-El café de después de comer (con la solana y todo) en los bares de la playa de Pedregalejo. ¡Cómo me recuerda a las tardes de domingo cuando estaba en Malaga! Nos reuníamos allí y nos daban las mil. Me encantaba quedar con los amigos, sobre todo los domingos de invierno, tomarnos el café y ver la puesta de sol. Está bastante cambiado y La Chancla ya no es el sitio con aire surfero al que iba de jovencita, si no un hotel bastante apañao. Me alegro de que le hayan vuelto a poner La Chancla, porque creo recordar que durante una temporada se llamaba Cohiba Hotel. Demasiado caribeño para Pedrega. Quedé con mi amiga Gertru a desayunar allí una mañana y es un lujazo tomarte un café con hielo y una catalana mientras ves el mar con buena compañía. Los brunches de por aquí se quedan cortos...
-El Centro de Arte Contemporáneo. Tenía muchas ganas de ver este museo y las instalaciones de Jack Pierson nos gustaron muchísimo. También me encantó ver un cuadro de ésos de niña medio mosqueada de Yoshitomo Nara en la colección permanente y una fotografía impresionante de la artista mallorquina Susy Gómez.
-Blanco y negro de vainilla (para David) y de turrón (para mí) mientras me pongo al día con mis amigas en la Heladería Santa Gema. Algo que tampoco tienen por aquí. Me recuerda a noches largas de verano, en las que las voces de la gente charlando se pierden en el olor de las biznagas.
-Vinitos en la Casa de Guardia. Me recuerdan a feria del centro, y siempre que voy a Málaga es parada obligada.
Y para rematar, me compré un libro que me llamó la atención: Mala Málaga, una colección de 13 + 1 relatos cortos sobre la Málaga más oscura. Ahora que vuelvo a trabajar tras mi baja, es el libro que me hace compañía en el metro y su sentido del humor y su ironía no pueden evitar que me ponga una sonrisa en la cara a pesar de estra apretujada como una sardina... o un boquerón.
Ya se acabaron nuestras vacaciones. Y desde Brooklyn, me pongo a hacer repaso a mi breve estancia en nuestra Málaga y os dejo algunos recuerdos y algunas fotos que, para muchos, probablemente sean vuestro día a día.
En cierto modo, me sentí bastante guiri en casa (probablemente muchos penséis, tanto por las fotos como por los comentarios, que, realmente, ya no soy tan boquerona como era y que me he americanizado más de lo que quisiera). Es lo que tiene llevar tanto tiempo fuera y sí, aunque intento ir a Málaga por lo menos una vez al año, lo cierto es que ya no sé qué sitios tienen las mejores tapitas o qué chiringuito tiene el mejor pescaíto. Y ya ni contaros de bares... ¡con lo que salía una cuando era mocita! Así que para nuestro próximo viaje, me tendré que juntar con los amigos que viven Málaga, aquéllos que no sólo viven en Málaga, sino que se la conocen de cabo a rabo y que me refresquen esa Málaga que echo tanto de menos.
En este viaje no podían faltar:
-Visita al Sur, para conocer a los que se pegan la currada de contarnos las noticias y que nos han cedido este espacio para conocer a otros malagueños en el mundo. Fue una tarde estupenda: poder ver como funciona la rotativa y la edición digital, charlar con el personal, que nos trataron de lujo, y echar un rato con Susana, Lucas y con Antonio y Alba (a los que conocí en Nueva York).
-Antonio, el de las almendritas. No sabéis la ilusión que me hizo verle. Es uno de esos personajes entrañables, al que recuerdo con su cesto de mimbre, vendiendo almendras y gominolas con la alegría que le caracteriza. Nunca he hablado mucho con él, por corte, no sé, pero si algún día escribiese un libro, estoy segura de que Antonio sería uno de los personajes.
-Pescaíto en las playas de El Palo. Algunos sitios nos decepcionaron bastante. Menos mal que Manolo y María nos llevaron a su chiringuito favorito, el Bar Eva, en el que todo estaba estupendo y que nos trataron como si fuésemos de la familia. Para los que no lo conozcáis, está en el Paseo Marítimo de El Palo, pasado el ambulatorio, en la C/Playa del Chanquete. Si vais, decidle hola a Mari y a Juani de nuestra parte... (Seguro que se acuerdan de nosotros, porque David les estuvo dando la vara hasta que consiguió sacarles unas cuantas fotos).
Cada vez que veo una foto así, me entran unas ganas de comer espetos...
-El café de después de comer (con la solana y todo) en los bares de la playa de Pedregalejo. ¡Cómo me recuerda a las tardes de domingo cuando estaba en Malaga! Nos reuníamos allí y nos daban las mil. Me encantaba quedar con los amigos, sobre todo los domingos de invierno, tomarnos el café y ver la puesta de sol. Está bastante cambiado y La Chancla ya no es el sitio con aire surfero al que iba de jovencita, si no un hotel bastante apañao. Me alegro de que le hayan vuelto a poner La Chancla, porque creo recordar que durante una temporada se llamaba Cohiba Hotel. Demasiado caribeño para Pedrega. Quedé con mi amiga Gertru a desayunar allí una mañana y es un lujazo tomarte un café con hielo y una catalana mientras ves el mar con buena compañía. Los brunches de por aquí se quedan cortos...
-El Centro de Arte Contemporáneo. Tenía muchas ganas de ver este museo y las instalaciones de Jack Pierson nos gustaron muchísimo. También me encantó ver un cuadro de ésos de niña medio mosqueada de Yoshitomo Nara en la colección permanente y una fotografía impresionante de la artista mallorquina Susy Gómez.
Alaia a la puerta del CAC.
-Blanco y negro de vainilla (para David) y de turrón (para mí) mientras me pongo al día con mis amigas en la Heladería Santa Gema. Algo que tampoco tienen por aquí. Me recuerda a noches largas de verano, en las que las voces de la gente charlando se pierden en el olor de las biznagas.
-Vinitos en la Casa de Guardia. Me recuerdan a feria del centro, y siempre que voy a Málaga es parada obligada.
Y para rematar, me compré un libro que me llamó la atención: Mala Málaga, una colección de 13 + 1 relatos cortos sobre la Málaga más oscura. Ahora que vuelvo a trabajar tras mi baja, es el libro que me hace compañía en el metro y su sentido del humor y su ironía no pueden evitar que me ponga una sonrisa en la cara a pesar de estra apretujada como una sardina... o un boquerón.