~Beatus Ille~
Recuerdo lo espontánea que era la gente en Málaga para quedar a tomar algo. Estabas haciendo algo y alguien te llamaba: Mira, que estoy aquí abajo, ¿por qué no bajas y nos tomamos un café (o una cervecita o una tapita o lo que encarte)? Y entonces iba una, se arreglaba en dos minutos y bajaba a tomar algo y normalmente le acababan dando las mil, pero bueno, eso es lo que era quedar en Málaga.
Me temo que en Nueva York, no sé si por las distancias o por el ritmo de vida o tal vez porque ya no soy una cría y me he convertido en un adulto medianamente responsable, eso de quedar así, por las buenas, no se lleva mucho. Todo va en la agenda (electrónica, los más, y de papel, estilo Moleskine, para los que nos gusta considerarnos estilosillos) y la agenda, sin darse una cuenta, se va llenando con semanas de antelación. Que quieres quedar a tomar un cafe, hmmm... espera que mire en mi agenda. Uy, esta semana me viene fatal, ¿te parece que quedemos el martes que viene? ¿A qué hora? ¿Te va bien a las 6? Tengo hueco entre la manicura y mi psicoanalista. ¿Te va bien a las 5? Es que el niño sale a las 6 de clases de piano y no tengo quien me la recoja. Bueno, a ver, cancelo la manicura y quedamos para vernos... Y no me estoy inventando este tipo de diálogos. De hecho, tengo una muy buena amiga que vivía en Manhattan, pero que se mudó a las afueras y ahora quedar con ella podría ser una escena de despedida de Casablanca: siempre acabamos quedando en el Cipriani de Grand Central, tomándonos una copa, mientras esperamos a que salga su tren. Desde luego que ha sido parte del decorado de nuestra gran amistad, como le diría Rick al Capitán Renault.
Es una manera totalmente diferente de socializar y al principio me parecía totalmente ridícula. ¿Cómo que no se puede quedar después del trabajo para tomarse una cervecita? ¿Cómo es posible que para ver una amiga tengamos que planear las dos una cita con semanas de antelación y luego, a ver si una de las dos no tiene que cancelarla porque se le ha puesto un niño malo, o porque surgen temas de trabajo y te tienes que quedar hasta tarde?
Echo mucho de menos eso de quedar sin tanto lío, de quedar espontáneamente. Y como animal de costumbre que soy, con mas de 10 años en esta gran ciudad, también llevo mi Moleskine (este año ha tocado separada por meses en atractivos colores) con garabatos para recordarme citas con el pediatra, llamadas telefónicas, pago de facturas, citas de trabajo y citas con amigas con más de dos semanas de antelación, a las que dentro de poco tendré que añadir citas sociales de mi hija, que con un año, ya empieza a tenerlas. A eso añádele, que hay gente que lo hace, el tiempo que tardas en ir de un sitio para otro (en mi desorganización, a tanto no llego). Y encima, para colmo, hay veces que hago overbooking, como si fuese una compañía aérea cualquiera. ¿Será un problema de agenda?
Recuerdo lo espontánea que era la gente en Málaga para quedar a tomar algo. Estabas haciendo algo y alguien te llamaba: Mira, que estoy aquí abajo, ¿por qué no bajas y nos tomamos un café (o una cervecita o una tapita o lo que encarte)? Y entonces iba una, se arreglaba en dos minutos y bajaba a tomar algo y normalmente le acababan dando las mil, pero bueno, eso es lo que era quedar en Málaga.
Me temo que en Nueva York, no sé si por las distancias o por el ritmo de vida o tal vez porque ya no soy una cría y me he convertido en un adulto medianamente responsable, eso de quedar así, por las buenas, no se lleva mucho. Todo va en la agenda (electrónica, los más, y de papel, estilo Moleskine, para los que nos gusta considerarnos estilosillos) y la agenda, sin darse una cuenta, se va llenando con semanas de antelación. Que quieres quedar a tomar un cafe, hmmm... espera que mire en mi agenda. Uy, esta semana me viene fatal, ¿te parece que quedemos el martes que viene? ¿A qué hora? ¿Te va bien a las 6? Tengo hueco entre la manicura y mi psicoanalista. ¿Te va bien a las 5? Es que el niño sale a las 6 de clases de piano y no tengo quien me la recoja. Bueno, a ver, cancelo la manicura y quedamos para vernos... Y no me estoy inventando este tipo de diálogos. De hecho, tengo una muy buena amiga que vivía en Manhattan, pero que se mudó a las afueras y ahora quedar con ella podría ser una escena de despedida de Casablanca: siempre acabamos quedando en el Cipriani de Grand Central, tomándonos una copa, mientras esperamos a que salga su tren. Desde luego que ha sido parte del decorado de nuestra gran amistad, como le diría Rick al Capitán Renault.
Es una manera totalmente diferente de socializar y al principio me parecía totalmente ridícula. ¿Cómo que no se puede quedar después del trabajo para tomarse una cervecita? ¿Cómo es posible que para ver una amiga tengamos que planear las dos una cita con semanas de antelación y luego, a ver si una de las dos no tiene que cancelarla porque se le ha puesto un niño malo, o porque surgen temas de trabajo y te tienes que quedar hasta tarde?
Echo mucho de menos eso de quedar sin tanto lío, de quedar espontáneamente. Y como animal de costumbre que soy, con mas de 10 años en esta gran ciudad, también llevo mi Moleskine (este año ha tocado separada por meses en atractivos colores) con garabatos para recordarme citas con el pediatra, llamadas telefónicas, pago de facturas, citas de trabajo y citas con amigas con más de dos semanas de antelación, a las que dentro de poco tendré que añadir citas sociales de mi hija, que con un año, ya empieza a tenerlas. A eso añádele, que hay gente que lo hace, el tiempo que tardas en ir de un sitio para otro (en mi desorganización, a tanto no llego). Y encima, para colmo, hay veces que hago overbooking, como si fuese una compañía aérea cualquiera. ¿Será un problema de agenda?