Pues el domingo aquél que quedamos con Manolo y con María, después de nuestras cervecitas en el Brooklyn Inn, decidimos llevarlos a cenar a un restaurante que es una institución en nuestro barrio, el restaurante Marco Polo.
Cuenta la leyenda (y el New York Magazine, el Daily News, el New York Post y Time Out New York, entre otros) que el dueño, Joseph Chirico, un italiano que llegó a Brooklyn en los años 60 apodado Joseph Marco Polo, pertenecía a la familia Gambino, una de las familias más importantes de la mafia italo-americana y que está asentada en Nueva York.
No sé si será cierto o no. Cuando uno entra en el restaurante, tal vez debido a esos rumores, sí que se imagina una escena de El Padrino o Los Soprano. El techo artesonado, los murales con los viajes de Marco Polo y los camareros con camisas color vino y corbatas a juego. Para ir al baño, hay que bajar al sótano, donde tienen una pared llena de fotos de famosos (y menos famosos) que han venido a comer a este restaurante. Lo que sí que es cierto, es que mafioso o no, en la cocina de Joe Chirico saben lo que hacen y no se andan con tonterías. La comida es espectacular, como la de una mamma italiana. Ahora mismo tienen el menú 25 aniversario que por $25.00 te ponen primero, segundo y postre. Para los precios de Nueva York, la verdad es que no está nada mal.
Otras veces que hemos ido, entre los primeros, la mozzarella con tomate, albahaca, aceite de oliva y vinagre de Módena, está de escándalo y las setas con polenta están estupendas. Y bueno, ya los segundos... Reconozco que me encantan los carbohidratos (así nos va...), y la pasta aquí es una pasada. Los platos de carne están muy bien, pero a mí lo que me pierde es la pasta, y aquí sí que te la saben preparar.
Con Manolo y María nos pedimos fettucine al vino rosso, un plato de pasta fresca al vino, cocida al dente (como os decía, no se andan con tonterías), y que te la traen a la mesa junto a una rueda inmensa de parmigiano y te terminan de cocer la pasta dentro del queso. Comida hipercalórica, no apta para aquéllos que quieran mantener cinturita de avispa, pero ¡qué buena que está! Y si a todo esto le añadimos un buen tinto italiano, la fiesta está asegurada.
Nuestro camamero era un tipo interesante. Con toda la pinta de italiano de película (la imaginación le juega pasadas a una), resulta que era un dominicano de Queens, que hablaba por los codos en cinco idiomas y en un rato nos contó la historia de su vida. El que también se paseaba por el comedor, con mucha dignidad, era el hermano de Chirico, preguntando a todos que cómo estaba la comida.
A pesar de la leyenda (o tal vez gracias a ella), lo más importante en Marco Polo es la comida, y es por lo que la gente repite. Y aunque no quiero pensar en la famosa frase de Clemenza en El Padrino: Leave the gun. Take the cannoli. (Deja el arma. Coge los cannoli), cada vez que paso por delante de Marco Polo, no puedo evitar que se escape una sonrisa.
Desde luego que la comida (y los rumores) hacen que merezca la pena pasarse:
Marco Polo
345 Court Street
Brooklyn, NY 11231
Tel: (718) 852-5015